Clemencia de Ignacio Manuel Altamirano – Resumen

‘Clemencia’ de Ignacio Manuel Altamirano es una novela historico-romántica escrita a finales del siglo XIX. En esta entrada encontrarás un resumen y breve análisis de la obra.

Sobre ‘Clemencia’ de Ignacio Manuel Altamirano

¡Llegó el momento para la segunda parte de la trilogía de Ignacio Manuel Altamirano!, la primera parte es ‘La navidad en las montañas‘ por cierto.

En la entrada supracitada discutimos brevemente sobre los orígenes de don Ignacio y su postura ideológica.

En resumen, era de ascendencia indígena, era un liberal y le gustaba enseñar.

Todas estas características se manifiestan constantemente en su obra.

‘Clemencia’ por su parte está enmarcada en la segunda intervención francesa, por lo que conviene tratar ese asunto para tener un poco de contexto.

Portada de 'Clemencia' y 'Cuentos de invierno' de Ignacio Manuel Altamirano en la edición de la editorial Porrúa

Sobre la guerra con los franceses

Si le preguntas a un ‘gringo’ el motivo de la fiesta del ‘5 de mayo’, probablemente va a suponer que es el día de la independencia o algo parecido. Aunque nunca falta el caballero de cultura que sabe que se trata de la conmemoración de la victoria del ejército mexicano en la Segunda intervención francesa en México en Puebla.

El lector atento recordará que después de la derrota contra los US en la Intervención estadounidense en México (relatada de primera mano por Manuel Payno en El fistol del diablo) y las guerras de Reforma el país estaba en ruinas y sin un peso. Tanto los conservadores como los liberales pidieron préstamos a naciones europeas para financiar sus operaciones, y cuando el bando liberal venció el gobierno terminó por adjuticarse inadvertidamente las deudas de todos.

Benito Juárez, presidente en aquél entonces decidió suspender los pagos de estos préstamos hasta que la situación mejorara.

Pero los europeos aún tenían esa tendencia al imperialismo/colonialismo que los había caracterizado desde hacía algún tiempo. Así que con el pretexto de exigir el pago mandaron tropas para ‘cobrarse’.

Con un poco de diplomacia, se logró calmar los ánimos de todos excepto de los franceses. Napoleón III tenía otros planes (sobre todo debilitar a los U.S.) y decidió armar un estado títere apoyado por los conservadores (los vencidos en las guerras de reforma) al mando del príncipe Maximiliano de Habsburgo (dato random que era pariente de Francisco Fernando, el que murió en Sarajevo).

En un punto de la historia había dos gobiernos en Mexico y de nuevo guerra civil. Al final la presión de Prusia sobre Francia y el apoyo de los U.S. a Juárez luego de dilucidar su propia guerra civil terminaron por colapsar al efímero imperio y Maximiliano y sus generales fueron fusilados.

Y es interesante que este episodio de la historia, no solo mexicana, sino occidental, sea tan desconocido, de hecho, pocos franceses tienen noticias de que en algún momento Napoleón III invadió el país.

Lo cierto es que todo el asunto es notablemente importante en la historia de ambos continentes.

Esta intervención fué la última en la que un poder europeo impuso un gobierno en América. Con la dimisión francesa terminaron cuatrocientos años de intervencionismo europeo en estos rumbos (y comenzaron los del intervencionismo norteamericano por cierto T.T).

Con algunas excepciones, sobre todo en las islas que les encantaban a los británicos. El mundo comenzó a ver a latinoamerica como un lugar que ya no era tan fácil de conquistar, no tan fácil como África por ejemplo, aunque eso es otra historia.

Retrato de Napoleón III
Napoleón III

Resumen de ‘Clemencia’ de Ignacio Manuel Altamirano

Pues ‘Clemencia’ se desarrolla en ese contexto de invasión Francesa, ahora viene el resumen por capítulo (esto va a estar extenso XD).

I. Dos citas de los cuentos de Hoffman

En una noche de diciembre, varios amigos del doctor L. estaban pasando la noche en su casa, el clima se puso feo y el hospedador les ofreció pasar la noche allí. Donde conversarían y verían su biblioteca que tenía buenos libros y algún objeto de arte.

Se puso a peparar un ponche de kirchwasser mientras los invitados abusaban de la biblioteca (¡qué bonita expresión!).

Entonces hallaron un papelito con una letra pequeña y elegante que citaba a Hoffman:

Ningún ser puede amarme, porque nada hay en mí de simpático ni de dulce.

Hoffman

y

Ahora que es ya muy tarde para volver al pasado, pidamos a Dios para nosotros la paciencia y el reposo…

Hoffman

Los invitados preguntaron al doctor sobre la historia del pequeño documento excusándose si cometían una indiscreción.

El doctor les ofreció el ponche junto al relato que explicaba el origen de la nota.

Todos se entusiasmaron por la idea y pusieron atención al galeno.

II. El mes de diciembre de 1863

El doctor relató los pormenores de la guerra con los franceses, que en aquél entonces habían ocupado todo el interior. 

El ejército nacional no hacía más que retirarse con la esperanza de fortalecerse en las partes más inaccesibles del norte. 

Entre todas esas maniobras el médico aún sin posición tuvo que pedir licencia para ir a Guadalajara debido a que estaba muy enfermo. Aprovechó la salida de un pequeño cuerpo de caballería que iba hacia la misma ciudad.

III. El comandante Enrique Flores

El coronel del cuerpo era un personaje importante que seguía vivo, lo mismo que algunos otros de los que intervendrían en la historia, por eso el doctor decidió cambiarles el nombre.

A todo esto, el comandante de uno de los escuadrones del cuerpo llamado ‘Enrique Flores’, merecía una mayor atención.

Era un hombre atractivo, fuerte y rubio, de buena posición social y económica, gallardo, mujeriego y jugador. Generoso y simpático hasta el extremo. Mientras la soldadesca apenas tenía tiempo para desempacar y hacer sus labores, Flores ya tenía varias conquistas. No había plaza de donde partieran sin que los ojos de las doncellas más bellas lloraran por él.

En resumen, era querido por todos, su jefe, la tropa y las señoritas (qué suerte tienen algunos XD).

Enrique era el tipo completo del león parisiense en su más elegante expresión, y se desprendía de él, si me es permitida esta figura, ese delicado perfume de distinción que caracteriza a las gentes de buen tono.

El doctor L.

IV. El comandante Fernando Valle

Diametralmente opuesto era el comandante Fernando Valle.

Flaco, moreno, pálido, con impresión de estar siempre enfermo. Era meticuloso y sumamente serio. Su expresión sin gracia y sus gestos poco educados hacían que nadie lo soportara. Parecía sentir un desdén por todos y nunca invitaba a nadie. De no haber luchado con arrojo en Puebla probablemente ni sus jefes lo hubieran tolerado. 

Nadie sabía de dónde había salido. Comenzó como soldado raso y ascendió rápidamente a capitán de escuadrón. Los superiores lo tenían por el más capaz de los oficiales, pero aún así sospechaban que un propósito malévolo lo motivaba a tanto arrojo.

Cuando enfermaba o estaba herido nadie, ni siquiera los médicos le ayudaban.

Todos lo tenían por un traidor en potencia, a nadie le sorprendería verlo pasarse a los franceses.

Así pues, ni una triste cualidad tenía mi comandante. Era un pobre diablo, bien seco, bien fastidioso, bien repulsivo.

El doctor L.

V. Llegada a Guadalajara

Está de más decir que ninguna ‘bella’ le hacía el menor caso. Él lo sabía y las evitaba. Cuando iba a algún baile obligado por el Coronel se quedaba en una esquina y se retiraba pronto.

Por eso todos se sorprendieron al verlo llevar un ramo de flores cuando llegaron a Guadalajara.

La tropa entonces comenzó a burlarse un poco del capitán. Cuando este les respondió que las flores eran para su prima, Flores, el único oficial que le hablaba con cierta familiaridad le pidió conocerla.

A menos que se opusiera pues los hombres como Valle, serios y formales, también solían ser los más celosos.

Valle le aseguró que no habría problema.

Los soldados dijeron con malicia “pobre primita, con Enrique”.

VI. Guadalajara de lejos

La otrora capital de Nueva Galicia era considerada la reina de Occidente y aún al día de hoy es una de las tres ciudades más importantes del país (las otras dos son Monterrey y la Ciudad de México).

En fin, que todo: la orografía, el clima, la fauna y la flora evocaban al romance y a los lances de valor.

A todo esto es creencia popular (y por lo que me han dicho los viajeros muy cierta, lol), que en Guadalajara las señoritas son particularmente bellas.

Pero la ciudad también lo es, nutrida por el caudaloso río Santiago, solitaria en medio del desierto, parecía una antigua ciudad bíblica.

Plaza de Guadalajara en el siglo XIX
Plaza de Guadalajara

VII. Guadalajara de cerca

La gente de la ciudad era igual de agradable.

Hospitalaria y abocada a dejar la mejor impresión al visitante.

Se conocerá la diferencia que hay, por ejemplo, entre el carácter de Guadalajara y el carácter de Puebla, en lo siguiente. En Puebla invitan al forastero a visitar las iglesias; en Guadalajara a visitar los establecimientos de beneficencia; en Puebla, después de infinitas pruebas parecidas a las que se exigen del profano antes de entrar en la masonería, los amigos, como una gran muestra de confianza, le ofrecen agua bendita y rezan con él un vía crucis; en Guadalajara, a los diez minutos de haber sido presentado, le ofrecen un banquete y apuran en su compañía la copa de la amistad.

En otras partes las mujeres apenas asoman las narices por sus balcones para ver pasar al viajero, y se apresuran a esconderse para no ser examinadas de cerca. En Guadalajara las mujeres se presentan francas y risueñas, comprendiendo muy bien que no es preciso ser mojigatas para ser virtuosas.

El doctor

VIII. La prima

Después de tanta digresión regresamos a la entrada del cuerpo a Guadalajara, ciudad que a pesar de estar a las puertas de la batalla contra el Imperio Francés aprovechaba sus últimos días de libertad como contemporáneos de Noé (Comiendo y bebiendo pues pronto habrían de morir).

Los oficiales terminaron sus labores y Flores le recordó su promesa a Valle. Entonces fueron juntos a la catedral, edificio del que los Jaliscienses se enorgullecen sobremanera.

Era la misa de doce y los galanes entraron, allí Valle se admiraba de la arquitectura del edificio y los gorros de los obispos mientras Flores se admiraba de las bellas hijas de Guadalajara.

Al terminar los servicios las doncellas iban saliendo, y le regalaban miradas al galante Flores que tenía algo que lo hacía irresistible.

Hasta que una pareja de señoritas titubeó un poco al pasar a su lado. Las dos admirablemente atractivas, una de ellas con un velo y la otra una joven alta, rubia y de ojos azules, una ‘aparición celestial’ (¿referencia detectada?).

Al ver a Valle lo saludó de lejos con una ligera sonrisa. El valiente capitán se sonrojó todo lo que pudo y le indicó a Flores que era su prima. Ella se quedó mirando un rato más a Flores y después se retiró algo apresurada.

El ‘dandy’ sugirió seguirlas y aún ante la reticencia de Valle lo hicieron.

XI. La presentación

Cuando llegaron a la casa de su tía, los estaban esperando, Isabel la prima de Valle los invitó a pasar.

Allí estaba una señora mayor a la que Valle saludó. Era su tía, hermana de su padre, luego de saludarla les presentó a Flores.

Todas quedaron prendadas del elegante y absurdamente atractivo Flores que actuó con gracia y cortesía.

Luego la señora presentó a la amiga de Isabel, que al quitarse el velo les permitió ver un rostro hermoso enmarcando dos ojos negros que pondrían de rodillas a un sultán, su nombre: Clemencia.

Ni Isabel ni su madre pudieron ocultar su indiferencia a Valle, mientras que Flores acaparaba las miradas de todas.

El galán no se podía decidir y dejó al destino hacer su trabajo. Comenzó por conversar con Isabel, que muy sonrojada por tener tan cerca al ‘hermoso’ oficial lo obsequiaba con risas y miradas llenas de interés y tal vez algo más.

Clemencia pensaba parecido y dirigía frecuentes miradas para examinar a Flores que a su vez le hacía sentir ‘el poder’ de sus ojos audaces e imperiosos.

El triste Valle conversaba con su tía de plantas y botánica. Aunque pudo darse cuenta del impacto de Flores sobre las muchachas y se quedó distraído y contrariado. Secretamente se preguntaba si se estaba enamorando de Isabel (norteño time again lol), un ángel que podría disipar su soledad y tristeza.

Pero la rubia sonreía a Flores de un modo insinuante, ‘era una esclava que se rendía sin combatir a su futuro señor’.

X. Las dos amigas

Tan pronto los oficiales se fueron, las mujeres comenzaron a intercambiar sus impresiones.

Fernando les parecía apocado, nada atractivo y casi antipático. Se preguntaban por qué nadie de su familia a la que visitaban con cierta frecuencia lo mencionaba nunca. Ni sus hermanos, ni sus padres, ni los amigos de la familia, parecía que todos lo aborrecieran y eso debía de ser por algo. ¿Alguna fechoría?, ¿O debido a que su padre era un destacado conservador y por tanto enemigo ideológico del republicano Fernando?.

De cualquier modo decidieron no tratarlo mal hasta comprobar algún comportamiento reprobable. La misma Clemencia con algo de lástima le daba el beneficio de la duda.

El ambiente cambió cuando pasaron a hablar de Flores.

Isabel se ruborizó y manifestó su admiración por el garbo y ‘galanura’ del célebre donjuan. Clemencia coincidió y de inmediato ambas reinas de corazones comenzaron a verse como rivales.

Una ‘pieza’ como Flores habría de decidir cuál era la más bella y graciosa, la de más talento y en resumen la mejor de las mujeres de Guadalajara.

XI. Los dos amigos

De regreso al cuartel Flores le hizo notar a Valle que estaba muy callado. Con unas pocas frases logró hacerlo confesar que estaba enamorado de Isabel.

Valle amaba como los románticos de los cuentos, con castidad e intensidad. Flores lo miró como a un poeta y reconoció que esa era una postura poco popular, él por su parte lo deseaba todo, era rico pero sería millonario, sería un militar de renombre, conquistaría a todas las mujeres que se le antojaran y se ahogaría en los placeres y la felicidad.

Valle se puso un tanto triste debido a que Isabel ya había caído bajo el influjo de Flores y ella, una doncella inocente no tendría fuerza para resistirse, y sabía que el donjuan solo deseaba satisfacer sus anhelos egoístas y nada más.

Enrique le sugirió que la enamorara cuanto antes, y que él se haría a un lado, para ir a por la sultana de ojos negros, la sin par Clemencia.

Valle tuvo que aceptar, para él era mejor que las dos potencias se enfrentaran y no que Flores lastimara a su ya amada Isabel.

XII. Amor

Isabel se pasó la tarde y luego la noche pensando en Enrique, estaba cautivada y para ella ningún hombre era como él, se ponía triste al pensar en la multitud de mujeres que lo habrían de amar por toda la República. Otras veces se miraba al espejo y sonreía, era bella, e ingenua, ‘a Enrique solo se le puede enamorar desde el corazón’. Luego pensaba en Clemencia y que seguramente ella lo habría de enamorar lo que ensombrecía su ánimo, y al recordar al bello oficial un sentimiento de peligro la abordaba, peligro de sucumbir al deseo.

Al día siguiente su semblante denunciaba lo agitado de su corazón y su madre lo notó, aún así lo intentó disimular, quería salir a dar un paseo pero la idea de que Enrique volviera la hizo quedarse.

A las cuatro, la voz armoniosa de Enrique sonó en los corredores. El corazón de Isabel se aceleró y miró a la puerta por la que entraron los oficiales.

XIII. Celos

La saludaron y ella, los dejó pasar y llamó a su madre. Mientras tanto Valle notó que la doncella estaba visiblemente turbada, y en su interior comenzó a tomar fuerza la idea de que ya amaba a Flores.

Él cumplió su promesa y comenzó a conversar con la madre de Isabel, doña Mariana, contándole las últimas novedades de la capital, con tal gracia y elocuencia que tenía la atención de las dos anfitrionas.

Valle intentaba conversar con Isabel y ésta respondía con monosílabos y evidente desinterés.

Entonces llegó Clemencia, conversaron brevemente y luego les contó a todos que sus contactos le habían hablado de lo buen pianista que era el oficial, así que propuso una especie de competencia para demostrar que Isabel era la mejor pianista de la región, cosa que avergonzó mucho a la modesta doncella.

Clemencia se puso al piano acompañada por Enrique que la devoraba con la mirada, Isabel no podía reprimir los celos y Valle se supo derrotado. Todas amaban a Flores.

De modo que para Valle no era ya dudoso que Isabel amaba a Enrique. Esto lo hacía reclinarse en su sillón como desfallecido por el tormento. Jamás había sentido en su corazón la cruel punzada de los celos, aquel dolor le había sido desconocido enteramente, y se preguntaba si no sería más cuerdo para él, que había pensado sacrificarse por la patria, retirarse de aquella casa, no volver a ver a su prima, y refugiarse en sus deberes de soldado, para escapar a los peligros de una pasión que acababa con sus fuerzas.

El doctor L.

XIV. Revelación

Luego tocó el turno a Isabel que ya estaba repuesta, y comenzó a tocar. Ejecutaba de manera admirable, al nivel del mejor pianista europeo y Enrique no pudo disimular su admiración por lo que le susurro ‘Después de esto, caer de rodillas y adorar a usted’.

Isabel interrumpió abruptamente la pieza y apenas pudo terminarla después de reponerse, la niña inocente y tímida había sucumbido al encanto del oficial.

Todos celebraron su virtuosismo aún cuando su rostro se encendía y negaba rotundamente ser merecedora de tantos elogios.

Para convencerla de que no la estaba adulando, Enrique le pidió su opinión a Fernando que estaba olvidado en un sillón.

Valle manifestó su desconocimiento de las artes, pero confirmó que solo los grandes artistas pueden conmover los ánimos como las dos bellas señoritas.

Clemencia, desestimó su respuesta porque sabía que no deseaba ponerla en evidencia, pero reconoció con gusto que era inferior, y que el mismo Valle lo había manifestado al enjugarse una lágrima cuando Isabel y Enrique estaban al piano.

Valle se puso encendido e intentó excusarse, pero Clemencia le preguntó si recordó un amor pasado o alguna otra aventura, Fernando aseguró que su vida había sido estéril y nada interesante. Ella dudó un poco y le dijo que sentía gran curiosidad por conocer el secreto de su eterna tristeza.

Los oficiales apuraron la despedida y prometieron visitarlas al día siguiente, Isabel se despidió de Flores con miradas de un amor implícito y de Valle con una mirada de urbanidad e indiferencia, pero Clemencia le sujetó brevemente la mano y le dijo con dulzura: ‘¡Hasta mañana, Fernando!’.

Clemencia al contrario, se despidió de Enrique con la más amable, pero con la más indiferente de las sonrisas, y manifestándole una alegre confianza, que es como la moneda corriente de las coquetas; pero al dar la mano a Fernando que se la tomaba con el mayor respeto, se la apretó ligeramente y le bañó con una mirada tan ardiente, tan lánguida, tan terrible, que el joven a su pesar se sintió turbado, y su corazón palpitó, como el día que la vio por primera vez.

El doctor L.

De camino al cuartel Flores le pidió perdón a Valle, pues Isabel se mostraba interesada en él, Valle aceptó su derrota y aunque se negó a la idea de tener algo con la amable Clemencia cesaría en sus intentos por cortejar a la rubia.

XV. Un salón en Guadalajara

Era de noche y los oficiales entraron al salón de la familia de Clemencia, el más distinguido de Guadalajara y tal vez de todo el país. Allí los esperaba la bella sultana con sus amigas y parientes. Los presentó a sus padres, patricios modelo que conservaban el vigor y buen gusto. Y luego a sus amigas que se deshacían en miradas para Flores pero que apenas y reparaban en Valle.

Fernando se hubiera desmoralizado de no ser porque Clemencia le dijo que estaba muy contenta de verle y que habrían de conversar muchísimo.

Así, mientras Enrique demostraba su habilidad al piano y era aplaudido por todos, Clemencia conquistaba a Valle con sus miradas y sonrisas.

El pobre hombre, que jamás había conversado tanto con una mujer, mucho menos de la belleza e inteligencia de Clemencia, no pudo resistirse y ya casi estaba enamorado para cuando anunciaron la cena.

XVI. Frente a frente

Se sentaron a la mesa, Clemencia y Fernando frente a Isabel y Enrique.

Isabel irradiaba felicidad, intercambiaba amorosas miradas con el atractivo oficial y este la trataba con tierna familiaridad.Cosa que no pasó desapercibida a Clemencia que lanzó una brevísima mirada llena de celos a la pareja.

Valle se percató de todo y su corazón que ya amaba a Clemencia sufrió al ver los celos de ella. Pero los olvidó tan pronto lo volvió a asediar con esas palabras y miradas que ya lo habían subyugado.

Le habló de varias flores que cuidaba con esmero entre ellas una que tenía en un ‘tibor del Japón’ que era la más preciada, le sugirió ir a verlas tan pronto terminara la cena para saber su opinión de botánico experto, y de paso regalársela como muestra de afecto.

Fernando se negó a aceptar un regalo tan preciado para ella y le sugirió que se lo diera al hombre amado. Clemencia respondió gentilmente irritada que si él no la quería, la arrancaría pues le sería inútil, un amargo recuerdo.

Dijo todo esto con tal pasión y dolor que Fernando olvidó los celos que había mostrado a Isabel y se volvió a sentir amado.

Después Clemencia se mostró agitada y pretextando que necesitaba aire fresco le pidió a Valle que la acompañara a ver sus flores.

XVII. La flor

Y subieron a un corredor románticamente iluminado lleno de hermosas plantas, ella repitió su intención de darle la flor más valiosa, Valle se negó pero ante la decisión de Clemencia tuvo que acceder.

Se la puso en el ojal de su uniforme, luego clemencia la fijó con un alfiler de oro, sentía los fuertes latidos del corazón de Valle que al tenerla tan cerca temía estallar. Luego dijo casi agonizante: ‘¡Clemencia, piedad!’, la doncella se disculpó al tomarse tantas confianzas, tal vez en el pecho que tocaba ya había alguien, un secreto para el que no la consideraba digna de enterarla, y luego siguió este diálogo ( que transcribo porque está muy bueno (y cursi) XD):

— Mi secreto es, Clemencia, que he sido siempre infeliz; que jamás un ser piadoso se ha dignado bajar hasta mí los ojos; que he cruzado la vida siempre triste, solitario y desdeñado; que sintiendo una alma fogosa y tierna, jamás he creído que nadie pudiese aceptar mi amor, y que usted es el primer ángel que aparece en mi camino tenebroso y maldito;

Que las palabras de usted han penetrado en mi corazón y han hecho nacer en él un sentimiento desconocido, dulce, poderoso, que ha crecido en minutos y que me abrasa.

Que, desconfiado como todo infeliz, he creído que me hacía usted el juguete de un extraño capricho; que al ver a Enrique frente a nosotros esta noche; a Enrique, con quien no puedo compararme, que es tan hermoso, tan seductor, tan espiritual, he sentido… celos ¿para qué lo he de ocultar? Y que he querido huir de esta casa donde sufría yo tanto. Ahora mismo esto me parece un sueño. He ahí mi secreto.

Clemencia se estremeció al oír nombrar a Enrique; pero disimulando su emoción, replicó:

— ¡Qué niño es usted, Fernando! ¿Y pudo usted creer que yo fuese una coqueta sin corazón que quisiera hacer del alma noble, desgraciada y generosa de usted el juguete de un capricho indigno?

¿Qué me importan la hermosura, la gallardía y la seducción del amigo de usted? ¿Cree usted que yo soy de las que prefieren eso a las dotes del alma? Desde la primera vez que le vi en casa de Isabel, establecí perfectamente la diferencia que hay entre usted, hombre de corazón y de talento, y Flores, que me parece un galán de oficio, sin alma, y cuyo espíritu, ligero y alegre, va revelando una vida gastada en los galanteos y los placeres. No me juzgue usted mal, Fernando, ni crea usted que soy la coqueta casquivana a quien calumnian en Guadalajara.

Soy franca, desdeño las reservas de mi sexo, tengo una educación especial, una independencia de carácter que me permite reírme del qué dirán y hacer siempre lo que me inspira el corazón. Hace tres días que le conozco a usted, y esto me basta… Pero ahí viene Flores, Fernando, mañana estará marchita esta flor, pero yo la haré revivir con la savia de mi cariño…

Flores le pidió bailar una pieza a la bella de ojos negros, y con una mirada de aprobación de Valle regresaron al salón mientras el donjuán le decía palabras melosas (bruh, obviamente ya me cayó mal).

Tuberosa ornamental, clemencia de ignacio manuel altamirano

XVIII. Clemencia

Cuando terminó la fiesta y Clemencia despedía a Isabel le preguntó si era feliz, ella le aseguró que nunca lo había sido tanto, entonces la felicitó.

Ya en su cuarto, se dejó caer en un sillón con un despecho mal reprimido.

Isabel la había vencido, y estaba furiosa, luego pensó en Fernando y en todas las cosas que le había dicho, sintió remordimiento por jugar así con su corazón. Pensó en desengañarlo pronto. Ya en su cama sollozó en voz baja mientras nombraba a su amado Enrique.

Se propuso con toda seriedad enamorarlo y luego se durmió suspirando.

XIX. El porvenir

Fernando por su parte pensaba en muchas cosas. Se había enamorado, como se suelen enamorar los hombres que no han amado y mucho menos han sido correspondidos. Se sintió el más dichoso de los hombres pero al mismo tiempo el más desafortunado.

Los franceses llegarían a Guadalajara en poco tiempo y la tropa tendría que retirarse al remoto norte, dejando a su amada en la ciudad, y conociendo su fama temía que un oficial francés se convirtiera en su nuevo capricho.

Valle no vaciló en sacrificar su corazón por la patria y aceptó que perdería a Clemencia.

Aún así, un destello de esperanza asomó a su corazón, si ella se mantenía fiel a su amor a pesar de las dificultades lucharía por ‘la gloria del soldado y la del amante’, besó varias veces la flor de la amada y lo guardó como su nuevo talismán.

XX. Confidencias

Tres días después Isabel fue a casa de Clemencia a decirle que Enrique le había propuesto matrimonio. Su amiga le sugirió moderación, que amara con muchas reservas. No sabía a ciencia cierta quién era Enrique realmente, ni de dónde venía, ni si no se trataba de un donjuán más al que la fortuna siempre le había sonreído y que no valoraba el corazón de una inocente.

Isabel se puso muy triste al escuchar a su amiga, pero esta le aseguró que lo hacía por su bien, si alguien como Valle fuera el que le hubiera dicho esas palabras no las pondría en duda, pero ella conocía mejor a los hombres y por eso la prevenía.

Isabel entonces preguntó si amaba a su primo, Clemencia respondió que tal vez, él la idolatraba y mostraba gran talento y sensibilidad, aún así ella misma tenía sus reservas y no le entregaría su amor a ningún indigno.

Valientes hay muchos, en nuestro país sobran, y desde el soldado raso hasta el general hay para admirar a todos… Si Fernando no fuera más que un oficial atrevido, poco habría adelantado en mi corazón. Pero tú sabes que hay acciones que sobrepasan la esfera de lo común; yo no sé precisamente lo que quiero, no acierto a expresarte mi pensamiento… Se me figura que un proscrito, perseguido por todo el mundo, un mártir, un hombre que subiera al cadalso por su fe y por su causa, abandonado de todos, hasta del cielo… ese sería el hombre a quien yo amase… Y me hago la ilusión de arrebatarle de las gradas del cadalso, de ser yo su libertadora y de llevármelo conmigo para hacerle sentir el cielo, después de haber pisado los umbrales del infierno. ¡Qué quieres!… soy así… hay mucho de singular en mis deseos y en mis ideas.

Clemencia

XXI. El amor de Enrique

Pasaron quince días, Clemencia recibió un mensaje enviado por Isabel en el que rogaba que la visitara inmediatamente, pues estaba enferma. Apenas llegó e Isabel se deshizo en sollozos, el motivo era Flores, había resultado ser un canalla.

La guerra iba mal, los Franceses habían capturado todas las ciudades del centro y se dirigían a Guadalajara, los remanentes del ejército nacional se habían replegado y en pocos días habrían de internarse en el inaccesible norte.

Con ese pretexto Enrique quiso apresurar las cosas y o bien que Isabel se fugara con él o que le diera la prueba máxima de su amor y de esa manera ser su esposa ante Dios ‘aunque las necias fórmulas del mundo faltasen a su unión’.

El hombre esperaba la respuesta con una sonrisa que se borró con la respuesta de Isabel, lo corrió de su casa y este salió con la cólera en el semblante, un libertino humillado y no un amante que ha cometido un error.

A pesar de todo ella lo amaba, despreciaba su conducta pero no podía despreciarlo a él, no sabía si le dolía más la falsedad del amor del casquivano (lol) o que se iría de Guadalajara en pocos días.

Las dos se abrazaron y lloraron amargamente.

XXII. Otro poco de Historia

La guerra progresó con los nacionales sacando la peor parte, grandes y bravos esfuerzos se hicieron para bien mantener o bien capturar diversas posiciones, pero fueron en vano.

Cayó Morelia, y el resto del bajío, los generales decidieron retirarse a las barrancas y proteger Colima por sus recursos y el puerto de Manzanillo, pocos días después los Franceses y afrancesados (Mexicanos que se unieron al ejército invasor) ocuparon Guadalajara sin que hubiera combate el cinco de enero de 1864.

XXIII. La última Navidad

Ese fue el desenlace de la campaña, pero hubo otros acontecimientos que atañen a la historia situados en los últimos días de diciembre de 1863.

Las familias patriotas y liberales estaban preparándose para acompañar al ejército y afrontar las penurias del destierro y la derrota o bien para exiliarse en California, aún así deseaban aprovechar los últimos días de libertad con fiestas y extravagancias (espíritu nacional a full jaja).

Clemencia organizó una fiesta de Nochebuena a la alemana e invitó a los oficiales y lo más distinguido de la sociedad de Guadalajara, incluyendo a Flores, Valle e Isabel, que después del desengaño no tenía ánimos para nada, mucho menos una fiesta en la que estaría el amado.

Desengaño desconocido para Valle que por otra parte sospechaba de las miradas de inteligencia que había entre Flores y su amada, se temía lo peor y lo confirmó poco antes de medianoche.

La fiesta había transcurrido por varias horas y Fernando observaba a Clemencia y Flores bailando y festejando, anunciaron la cena y se rezagó en una habitación para meditar. Entonces entraron los susodichos, intercambiando amorosas palabras, ella le regaló un guardapelo con su retrato.

Poco después le fue preciso salir al corredor; se ahogaba… estaba loco. Si alguna vez hizo propósitos insensatos, fue entonces. Su pecho era un volcán, su cerebro ardía, y no le venían a la boca más que blasfemias. Se acordó que traía guardada y cuidadosamente envuelta la flor que Clemencia le había dado algunos días antes. Sacóla del pecho y la arrojó con cólera sobre el mismo jarrón japonés en que estaba la planta que la había producido.

— Conservarla —dijo— sería adorar la burla.

Su ausencia se había notado y Clemencia fue a buscarlo acompañada de Flores, la doncella le pidió que los acompañara a cenar pero Valle la rechazó con el pretexto de que se sentía mal, Flores le respondió con una broma y el herido le dijo que se contentara con ser dichoso y que lo dejara en paz.

Se comenzaron a caldear los ánimos y por poco y llegan a las manos, pero Valle se pudo controlar y le dijo a Flores “¡Mañana!

Clemencia estaba preocupada, no sabía si por Valle o por Flores, pero le rogó a su amante que no matara al desafortunado Fernando pues era posible que ella le hubiera dado motivos para sentirse así, el gallardo donjuán le prometió hacerlo sentir únicamente su látigo.

De nuevo a la hora de dormir, llena de remordimientos se recriminaba el papel que había tenido en la desdicha y posible muerte de Fernando Valle.

XXIV. El desafío

Al día siguiente Fernando fue a ver al doctor (es decir, al narrador) y le pidió de favor que le sirviera de testigo, no había ningún vínculo de amistad entre ellos por lo que su juicio sería imparcial. El médico aceptó y notificó a Flores que aceptó el desafío con altivez.

Algunas horas después el coronel llegó a los alojamientos de Valle y lo arrestó por insubordinación, los duelos estaban prohibidos y mucho más entre oficiales, Flores lo había informado (una cobardía a ojos de Fernando), habría de ser liberado cuando los ánimos se calmaran. El médico convenció a Fernando de esperar a batirse con los franceses para ganar la gloria o bien hacerse matar.

El ejército salió de Guadalajara el dos de enero de 1864, el coronel en nombre del general Arteaga, ascendió a Flores a teniente coronel y lo puso a cargo de la plaza por recomendaciones de varios amigos que tenía en el cuartel general.

XXV. El carruaje

Algunas horas antes de que los franceses ocuparan la ciudad, Clemencia y su familia salieron de la ciudad, posiblemente eran los últimos rezagados de entre los que prefirieron abandonar sus hogares a convivir con el enemigo.

Su padre encabezaba la comitiva, fuertemente armado lo mismo que sus criados. Clemencia y su madre iban en un carruaje, acompañadas de Isabel y su madre.

En una cuesta el carruaje dio un vuelco dejando inutilizada una de las ruedas, la situación era desesperada, la noche estaba cerca y no había ningún poblado cerca.

Un criado se ofreció para adelantarse y reparar la rueda en Zacoalco, la población más cercana, estaría de vuelta cerca del amanecer. El patriarca lo autorizó y los otros criados improvisaron un campamento para las señoras y señoritas mientras los hombres montaban guardia.

XXVI. Bien por mal

El mozo iba a la mitad del camino cuando se cruzó con una tropa de caballería.

Le hicieron el alto y después de identificarse lo llevaron al comandante a cargo, el mozo explicó la situación y el nombre del Señor R.., padre de Clemencia, el comandante, Fernando Valle en persona meditó un poco antes de decir:

— ¡Pérfida! ¡Cuánto le amo y cuánto mal me ha hecho!… En fin ¡volvamos bien por mal!

Fernando Valle

Dió varias órdenes a la columna y partió con el mozo a Zacoalco, llegaron pocas horas después, Fernando tocó una puerta que abrió un viejo capitán.

Le pidió de favor que le prestara el carruaje que tenía a su cargo debido a que no se podía mover con tanta facilidad.

El viejo soldado aceptó únicamente debido a la deuda de honor que tenía con Valle y porque este se aseguró de que lo regresaría prontamente.

Le pagó al conductor con tres onzas de oro y un reloj que valía tres veces más y la orden de no pedir un solo centavo al señor R…

Cuando salían del pueblo, su caballo reventó pues llevaba varios días sin descansar, Fernando lo despidió con una lágrima y le pidió al mozo que le vendiera el suyo. El hombre no estaba seguro de que su patrón lo autorizara pero Valle le dió diez onzas y el agradecimiento adelantado al señor que seguramente comprendería la urgencia de la montura para el oficial.

Llegaron a donde se habían cruzado por primera vez y los despidió, luego reanudó la marcha con su tropa, si alguien hubiera visto el semblante del comandante se habría asustado al notar la expresión de tristeza y la sonrisa de desesperación que llevaba.

XXVII. Alter tulit honores

Amanecía cuando el carruaje llegó al campamento, el mozo le relató todos los pormenores de su aventura al señor R… y Clemencia aseguró que el galante Flores les había hecho todo ese servicio.

Le preguntaron al cochero que no supo responder, pero al preguntarle si el oficial se llamaba Flores respondió que era posible.

La columna se hubiera cruzado con ellos de no haber tomado un desvío por el pueblo de Santa Ana, Valle no quería ver ni a Isabel ni a Clemencia.

XXVIII. Prisión y regalos

A todo esto, el coronel al mando de Valle y Flores fue ascendido a general de brigada y por recomendación suya, Flores se convirtió en el jefe de su tropa. Valle se enteró pocos días después y estuvo a punto de pedir su cambio de unidad pero al ver tan de cerca a los franceses no quiso perder la oportunidad de batirse y se resignó a estar a las órdenes de su enemigo mortal.

Fernando sintió mucha amargura al reportarse ante Flores cuando éste llegó a Santa Ana.

Entre tanto el nuevo coronel lo tenía bien vigilado y al enterarse de su desvío a Zacoalco se puso muy contento al tener un pretexto para causarle dificultades, despachó una orden para apresarlo y llevarlo a Zapotlán, quitar de enmedio a Fernando lo ayudaría con sus planes.

Cuando el mensajero llegó a donde Valle estaba destacado, este venía llegando de Guadalajara, leyó las órdenes y una sonrisa de desprecio se dibujó en su rostro, pero por una vez la suerte lo favorecía, se dio preso y partió escoltado por veinte jinetes.

Llevaban unas seis leguas de camino cuando se cruzaron con unos mozos que llevaban dos magníficos caballos y una mula que traía un baúl.

Se trataba de mozos del señor R…, Valle preguntó por su salud, ellos respondieron que él y su familia estaban seguros en Colima, que estaba bien defendida por los liberales, luego ambos grupos prosiguieron su camino.

Los mozos le llevaban los caballos a Flores, con una carta del padre de Clemencia en la que le agradecia por sus servicios y le recriminaba no haber querido encontrarse con ellos, Enrique comprendió que la carta explicaba el desvío de Valle y un destello de temor asomó en su ánimo, su acusación caería en falso y su reputación bajaría ante la familia de la doncella.

— Sin embargo —dijo para sí— la fortuna es mi madre, y la desgracia sigue a ese muchacho como una sombra.

Enrique Flores

XXIX. El traidor

Fernando llegó a Zapotlán de noche. Allí lo recibió el general que mandaba a todo el ejército del Centro, lo reprendió por sus acciones y le aseguró que lo iba a fusilar por traidor.

Valle con toda calma explicó su desvío de las órdenes debido a la familia del señor R…, nombró fechas, testigos y los registros de los movimientos de Flores y Valle coincidían con su explicación.

El general ya menos severo le dijo que tendría que disciplinarlo por estar ayudando familias y no cumplir con su deber, pero antes de retirarse Valle le dijo al general que había encontrado a un traidor.

Su cuerpo de caballería vigilaba Guadalajara constantemente, en una de sus pesquisas encontró a uno de los sargentos favoritos de Flores que llevaba un mensaje sellado, en la plaza sólo había franceses y esto levantó sus sospechas, apresaron al sargento y con dos hombres de confianza lo envió a Sayula, entonces le entregó el sobre al general.

Flores le comunicaba al general enemigo las últimas órdenes del cuartel, una traición en forma.

El general montó en cólera y mandó órdenes para apresarlo, absolvió a Valle y le pidió la mayor discreción, el comandante y sus hombres prometieron mantenerse callados y partieron a los cuarteles.

Flores por su parte esperaba con impaciencia noticias sobre el destino de Valle, al mismo tiempo que con cierta preocupación observaba que su sargento no volvía de Guadalajara.

La ruta del ejército: Guadalajara, Zacoalco, Zapotlán, Colima, clemencia de ignacio manuel altamirano
La ruta del ejército: Guadalajara, Zacoalco, Zapotlán, Colima

XXX. Proceso y sentencia

Aprehendieron a Flores y lo enviaron a Colima, debido a sus muchas amistades confiaba en salir libre, por su parte el general del centro quería hacer un ejemplo del traidor, además de amedrentar a todos los oficiales que seguramente estarían inmiscuidos en el sabotaje al ejército republicano.

Pusieron a Valle al mando del cuerpo de caballería que era totalmente fiel a Flores y que lo hubiera seguido a donde fuera, hasta convertirse en bandidos si hiciera falta.

El ambiente era tenso y Fernando estaba sumamente irritado por la situación.

No sirvieron de nada las influencias de Flores, ni de los exiliados de Guadalajara, la mayoría sus amigos que movieron cielo y tierra para liberarlo. El cuartel general ordenó su fusilamiento.

Y para colmo de Valle lo pusieron al mando del cuerpo que custodiaba a Flores, los superiores lo obligaban a vengarse aún a despecho de él.

El ánimo del comandante se puso más sombrío al suponer lo que Clemencia sentiría al saber que tuvo parte en la ejecución de su amado.

La impetuosa joven le rogó a su padre a ir al mismo cuartel general para que de ser necesario le diera la mitad de su fortuna con tal de salvar a Flores.

XXXI. En capilla

Cuando la hermosa joven recibió la noticia del aprisionamiento de Flores y su posterior sentencia por poco se vuelve loca de dolor.

Conmovió a toda la ciudad con su febril actividad, rogando a cuanto personaje importante conocía a dilatar aunque fuera un solo día la ejecución de su amado.

Comenzó a despreciar a Valle por haber calumniado así al vencedor de sus afectos, y aunque varios oficiales le aseguraron que Flores era merecedor de la acusación sin lugar a dudas, ella lo negó, creía incapaz a Enrique de semejante villanía.

Era mucho más plausible que el desengañado Valle al no poder batirse en duelo hubiera urdido esa venganza, lo que le iba muy bien al antipático y cobarde hombrecillo que hasta los hombres bajo su mando despreciaban.

Después de que su padre fuera a ver al general, Clemencia, Isabel y su madre fueron a la prisión, Valle autorizó su entrada de buena fe.

La entrevista fue dolorosísima, la doncella le prometió salvarlo y después de despedirse pidió ver al comandante.

Cito lo que pasó en esa segunda entrevista (es que también está buena esta parte XD):

Valle, sorprendido de aquella petición, salió de su aposento y vino a encontrar a la hermosa joven, a quien saludó descubriéndose respetuosamente.

— Escuche usted, señor Valle —dijo Clemencia con una expresión de desprecio supremo— comenzó usted por serme indiferente, después me fue usted fastidioso; pero nunca creí que llegase usted a hacerse tan vilmente despreciable como hoy le considero.

— ¡Clemencia! —interrumpió el joven, sintiendo correr hielo por sus venas al escuchar aquellas palabras.

— ¡Oh! no me trate usted con familiaridad, señor, que nada tengo yo de común con un calumniador miserable, que se venga cobardemente de su enemigo llevándole al cadalso.

— Pero, señora ¿ha venido usted a insultarme de este modo?

— No, señor: he venido a jurar a los pies de ese hombre que va a morir, pero a quien adoro con locura, que le amo, que le amo con toda mi alma, que no morirá para mí, y que no tardaré en seguirle. 

— ¡Oh! usted no sabe de lo que es capaz una mujer de mi temple cuando está apasionada… Usted que se atrevió a esperar de mí otra cosa que una mirada de indiferencia, al verle a él preferido creyó que haciéndole asesinar podría extinguir su amor en mi corazón, usted se ha engañado: mártir, le amo más, mi amor es causa de su muerte; pero me quedo en la tierra unos cuantos días para vengarle. Le pareceré a usted una loca; pero ya me conocerá usted mejor.

— ¡Clemencia! —dijeron a una voz la señora Mariana e Isabel, espantadas de la violencia de la joven.

— ¡Oh! perdónenme ustedes… estoy extraviada… este hombre cruel ha amargado para siempre mi vida, ha despedazado mi corazón… ha perdido mi alma.

Clemencia no lloraba. Su pecho se levantaba fuertemente, y ella parecía hacer esfuerzos supremos para no gritar y caer desfallecida. La señora la tomó en sus brazos y, dirigiéndose a Fernando, le dijo:

— Aléjese usted, señor, y perdónela, como nosotros le perdonamos a usted. Amaba, y la ha matado usted acusando a Enrique.

— Y a mí también me ha matado usted, Fernando —murmuró sollozando Isabel— porque yo le amo también como ella…

XXXII. Antes de la ejecución

Enrique pernoctaba en su celda lleno de temor. Había sido afortunado toda su vida, había arruinado a incontables mujeres y hombres, la fortuna lo había mimado y por eso al enfrentarse a la dificultad desfallecía como un niño.

No arrostraba a la muerte como el valiente, lo hacía más bien como el farsante que había sabido ocultar su cobardía en batalla.

Eran cerca de las once de la noche cuando oyó acercarse a un oficial.

Era Fernando Valle.

Flores le preguntó qué hacía allí, Valle por toda respuesta le indicó que se disfrazara con su atuendo y que escapara. Un criado suyo lo guiaría a casa de Clemencia que sin duda le proporcionaría caballos para llegar a Guadalajara, él se quedaría allí fingiendo ser el preso.

Enrique dudó al principio pero con la respuesta de Valle de que si quisiera verlo muerto bastaba con esperar al día siguiente se convenció.

Valle también le aseguró que hacía esto por la mujer que moriría después de él, luego agregó que deseaba que ella fuera feliz.

Flores le agradeció sumamente conmovido y se despidió disfrazado como Valle.

Ya en soledad Valle sintió que se había quitado un enorme peso de encima, dos lágrimas asomaron a sus ojos mientras pensaba en que nunca había pensado en morir en esas circunstancias.

Uniforme de soldado mexicano del siglo XIX, clemencia de ignacio manuel altamirano
Uniforme de soldado mexicano del siglo XIX

XXXIII. Desengaño

Clemencia, Isabel y sus respectivas madres lloraban o rezaban esperando lo inevitable. Clemencia miraba con frecuencia al exterior como esperando un correo de su padre.

Entonces alguien tocó la puerta con fuerza, el criado abrió y se trataba de Enrique en persona.

Nadie podía creer que estuviera allí. Relató la forma en la que escapó y la ayuda de Valle, luego le pidió a la madre de Clemencia caballos y un guía para ir a Guadalajara por caminos poco conocidos.

Al oír esto Clemencia titubeó, Flores aceptó la acusación, el plan era que desertara con toda su unidad y se pasara a los afrancesados, los folios eran suyos y en efecto era un traidor.

La bella señorita no pudo ocultar su disgusto, y no se dejó abrazar por Flores cuando se despedía, él preguntó si acaso ya no lo amaba y ella por toda respuesta le deseó buena suerte y le prometió que nunca la volvería a ver.

Flores se fue sumamente aturdido.

Cuando quedaron solas Clemencia rompió a llorar. Había amado a un traidor, a un hombre capaz de dejar que otro tomara su lugar al enfrentar la justicia. Le había roto el corazón a un noble y valiente patriota, lo había insultado y había pensado lo peor de él.

En su momento se atribuyó parte de la culpa en la muerte de Flores debido a su relación con su delator, pero tenía toda la culpa en la muerte de Valle.

XXXIV. Sacrificio inútil

Amanecía cuando llegó un correo del cuartel general, el indulto de Flores que su padre enviaba después de ceder la mitad de su fortuna al ejército.

La amargura se apoderó de Clemencia que desfallecía por las injusticias que había cometido.

El señor R… llegó a su casa a las diez, agotado e inquiriendo por Flores, su hija corrió sollozando a sus brazos.

Le relató todo el episodio del traidor y del valiente y con gran pesar su padre les explicó todo lo que Valle había hecho por ellos.

Así es que a su nobleza de conducta debe agregarse que no quiso que supiéramos que él era nuestro protector. De modo que yo regalé al otro mis caballos, y le tributamos nuestra necia gratitud, y ese infeliz mató su caballo, se quedó pobre, y va ahora tal vez a morir sin llevar de nosotros ninguna muestra de reconocimiento.

El señor R…

El dolor de todos aumentó con el relato y Clemencia no sabía qué hacer.

— Pero, en fin —exclamó el señor R… con resolución— señor, he sacrificado por ese villano la mitad de mi fortuna, aún me queda la otra para ofrecerla por este muchacho tan valiente, tan patriota y tan noble. Sólo que ¿cómo hacerlo? Me es imposible volver a Zapotlán. Escribiremos; ustedes se quedarán pobres, hijas mías, pero no tendrán un remordimiento.

— Trabajaré, padre mío, como una obrera, con tal de salvar a Valle. Su vida será mi herencia.

XXXV. El salvador

Al día siguiente un amigo de la familia les fue a dar la nueva, fusilarían a Valle por dejar escapar al traidor.

Se decía que al amanecer hizo llamar a su general y le dijo que había dejado escapar al reo.

El general le recriminó y le preguntó si sabía lo que había hecho, Valle respondió:

Sí; ponerme en su lugar. Estoy listo, y cuanto más pronto mejor.

Fernando Valle

Se envió un extraordinario al cuartel general y por la noche había sido respondido.

Fusilarían a Valle a la mañana siguiente.

También le llegó un mensaje al señor R… en el que se le liberaba de su compromiso con el erario.

El señor R… escribió al general en jefe, ofreciéndole todo su capital por la vida del desdichado joven; pero era preciso obtener una suspensión de la orden.

XXXVI. La fatalidad

Valle llamó al médico que hacía esta relación. Logró entrar a su celda después de muchos trabajos.

Allí el preso le dio un abrazo y las gracias por la amabilidad de acceder a su petición de verle.

Luego le contó brevemente su vida:

Había nacido en una familia rica de Veracruz, débil y endeble, siempre había sido despreciado por su padre sin saber por qué.

Su primer desencuentro fue que al hacerse amigo de un pobre muchacho compañero suyo del colegio se contagió de sus ideas liberales, la madre de su amigo estaba muy enferma y Valle la ayudó cuanto pudo, había sido una madre para él y sufrio grandemente cuando murió.

Debido a sus cuidados se retrasó en ir a las navidades con su familia y por eso lo castigaron severamente, su madre era la bondad personificada pero nada podía hacer por él pues su padre la dominaba con tiranía.

Lo hicieron aprender el oficio del armero mientras sus hermanos estudiaban en Francia y Alemania, después lo hicieron dedicarse al comercio, pero Valle se consumía de tristeza en ese trabajo.

Luego llegó la guerra y se identificó con la causa liberal, le escribió a su familia y entró al ejército como soldado raso, su padre lo desconoció completamente y le exigió que no los visitara nunca.

Tampoco había sido afortunado en el amor, todas las mujeres lo despreciaban y él, tímido pero altivo no quería ser molestia para nadie así que no insistía.

Amó por única vez en Guadalajara, la bella señorita que sin duda conocía por sus gestiones desesperadas para liberar a Flores. La que le había dado tal vez alguna señal de esperanza pero que en realidad fueron señales equivocadas, y por su felicidad es que daba gustoso la vida.

Lo único que lamentaba era que buscaba la gloria de sucumbir a la muerte de los valientes, a la sombra de su bandera republicana pero terminaría muriendo como traidor.

El doctor sofocaba sus gemidos y lágrimas, se despidió de Valle con un abrazo y diciéndole: “usted merecía vivir y ser grande”.

Fernando le entregó una carta para su familia y se despidió.

XXXVII. Bajo las palmas

Eran las siete de la mañana, en un paraje a las afueras de Colima, el paisaje hermoso y lleno de vida contrastaba con la sombría situación.

Una columna de caballería llevaba al preso, un elegante oficial que aunque pálido caminaba resuelto y sin venda al paredón.

Clemencia y su familia rogaban que la multitud la dejara pasar para verlo una última vez, tal vez por piedad le cerraban el paso, al fin pudo estar frente a Fernando aunque a la distancia, los granaderos le impidieron avanzar, la bella señorita quizo gritar para atraer siquiera la última mirada de Valle, pero se escuchó una descarga y el cadáver yacía tendido con el corazón atravesado por las balas.

Los fusileros se retiraron llorando: «¡era tan valiente aquél joven oficial!».

La multitud también se retiró y sólo quedó el carruaje de Clemencia. Su anciano padre se acercó al cadáver y con el permiso de los soldados cortó un mechón de sus cabellos y se encargó de gestionar su sepultura.

Epílogo

Pasaron algunos meses y el ejército republicano había sido derrotado. Todo el mundo había desertado. Los franceses eran los dueños de Jalisco y de Colima.

El médico llegó como pudo a Michoacán y luego debido a una enfermedad tuvo que encerrarse en la Ciudad de México.

Entonces aprovechó para cumplir la promesa que le hizo a Fernando. Fue a la casa de su familia y les entregó la carta.

Era el cumpleaños del padre, en la calle una columna de franceses desfilaba y a la cabeza iba Enrique Flores que lanzó miradas seductoras a las hermanas de Manuel y a sus amigas que se asomaban por un balcón.

Se volvieron aterradas al oír el grito del viejo aristócrata, la madre se desmayó y aquella casa que resonaba con las alegrías del festín se llenó de sollozos y gritos de desesperación.

La hermosa Clemencia se recluyó en el convento de las hermanas de la Caridad, allí la visitó. Aunque aún era muy bella su semblante y palidez recordaban al de un muerto.

— Poco me falta que sufrir doctor, me dijo: esto se va acabando.

Y mostrándome un pequeño relicario oculto debajo de su hábito:

— He aquí lo que me queda —me dijo—, un hábito que me consagra a los que sufren, y esto que me consagra a la muerte… ¿Sabe usted?… son sus cabellos… espero que él me habrá perdonado desde el cielo.

Clemencia
guardapelo, clemencia de ignacio manuel altamirano

Análisis y comentarios sobre ‘Clemencia’ de Ignacio Manuel Altamirano

Introducción

Clemencia es considerada una novela de gran importancia en la historia de la literatura mexicana. Enmarcada en un momento de crisis, expone dos caras de la sociedad nacional de la segunda mitad del siglo XIX.

En este breve comentario intentaré sintetizar algunas de sus lecturas e interpretaciones. Estas se pueden resumir en las siguientes premisas:

  • La tendencia literaria de la época y su dirección es marcadamente romántica pero también tiene motivos ulteriores, entre ellos, promover la agenda ideológica del autor
  • La novela expone una perspectiva sobre el racismo en México que a la fecha está vigente en muchos lugares sociales y espaciales del país
  • La obra es empleada como herramienta para consolidar la identidad nacional en oposición al favoritismo por lo extranjero

Sobre el racismo en méxico (parte 1)

Un tema incómodo, pero que ningún mexicano con criterio va a negar. El racismo ‘sutil’ (y a veces totalmente descarado) es una realidad en la mayor parte del país, pero eso no es nada nuevo.

Varios investigadores concuerdan en que las intenciones pedagógicas de Altamirano se identifican con el ‘letrado del siglo XIX’. Esto es: ‘diseñar un discurso que incorpore y valore lo rural para construir la identidad nacional’, discurso en el que ‘la raza’ es fundamental.

Dicho discurso está presente en toda su obra, pero se manifiesta con más intensidad en ‘El zarco’. Aunque esa historia será la tercera entrada de esta ‘mini-saga’ de entradas (y en ella trataremos con más profundidad la cuestión), también tiene relación con ‘Clemencia’. 

Doris Sommer en ‘Foundational Fictions’ califica a ‘El zarco’ como novela fundacional pues el ‘Eros y la Polis’ son inseparables. En un romance fundacional la promesa de la consolidación amorosa es un símbolo de la consolidación de la nación.

Nicolas y Pilar, morenos/mestizos y ciudadanos ejemplares al final tienen una relación exitosa, el desenlace realiza el éxito de la nación-estado, vinculando el ‘Eros y la Polis’.

Por su parte Valle, calificado de pálido y enclenque, no parece pertenecer a algún fenotipo en específico. Aunque la descripción de su familia sugiere que es blanco, la mayoría de sus características apuntan a que era mestizo, al menos en un sentido ideológico.

Su adversario por otro lado era un ‘león parisiense’, rubio y fuerte, que descollaba rasgos y maneras europeos, igual que Isabel que era una ‘inglesa nacida en México’.

Clemencia, es una ‘hurí’, una ‘sultana’, lo que hace pensar en una mujer de apariencia árabe, aunque hay ocasiones en las que se dice que era una ‘española’.

En cualquier caso, en la sociedad de mediados del siglo XIX (y aún en la actualidad) el que tiene rasgos europeos es favorecido por sobre el mestizo (el nativo ni siquiera entra en la discusión, dato random, durante los primeros años de independencia, los indígenas no existían “desde el punto de vista de la vida de la nación” tanto para liberales como conservadores, véase “Los ecos de la conquista y la colonia reaparecen en los momentos de crisis interna mexicana”. Entrevista a Tomás Pérez Vejo).

Contradiciendo los axiomas de la sociedad, Altamirano revierte los valores típicos al despreciar al blanco(a) y favorecer al moreno(a). Siempre le da la ‘superioridad moral’ al ‘menos europeo’. Nicolás, Valle, Clemencia (al final). Para él, el mestizaje es algo beneficioso, en toda su obra tiende a favorecer al protagonista mestizo.

Estamos hablando de una de las premisas centrales en el nacionalismo mexicano del siglo XIX, premisa que sería retomada por multitud de intelectuales mexicanos, como Vasconcelos y su definición de la ‘raza cósmica’.

Aún así, para la mayoría de élites políticas, sociales, económicas y militares (muchas veces estas élites se intersectan en un solo individuo) la única persona capaz de raciocinio y sensibilidad, la única que ‘cuenta’ en el desarrollo de la nación es el blanco.

Viena a la mente lo que escribió Manuel Payno cuando Rugiero de ‘El fistol del diablo’ dijo: “Los Estados Unidos tienen veintidós millones de habitantes, y vosotros apenas sois dos millones de gente blanca, pensadora, apta y capaz, con cinco millones de indios excelentes para cultivar el maíz y para batirse con una especie de frialdad e indiferencia, pero nulos para todo lo demás”. 

Aún si escribió esas líneas con ironía (le doy el beneficio de la duda), el argumento del italiano demuestra la opinión generalizada de la época sobre ‘que raza es mejor’. Incluso teniendo a personajes como Morelos, Guerrero, o el mismo Altamirano como excepciones a la regla.

Discutiremos más de este tema en la entrada de ‘El Zarco’, este micro bosquejo del racismo en México sirve para resaltar un aspecto central en la obra: ‘En México, entre más blanco seas, mejor te va (y eso no está bien)’

“Las mujeres aman la forma”

El caso de Ignacio M. Altamirano es atípico en múltiples sentidos. Era un hombre de ascendencia completamente nativa, era una personalidad política de su tiempo y era un hombre sumamente instruido.

Estas diferencias respecto a sus contemporáneos, tanto escritores como políticos y militares que en su mayoría eran de ascendencia española, criollos a la usanza de don Lucas Alamán o Manuel Payno, (obviamente con excepciones como don Ignacio Ramírez o el mismo Juárez) también se perciben en sus escritos.

Lo más común era que el héroe de la historia fuera el ‘hombre blanco civilizador’ que vencía al mal con sus cualidades superiores ya fueran morales, físicas o cognitivas. Muchas veces el mal era encarnado en el nativo salvaje, cuyas mujeres caían rendidas al influjo del ‘bravo civilizador’, y este tropo se mantuvo vigente hasta bien entrado el siglo XX llegando incluso a la pantalla grande (sobre todo de producción anglo-americana. En efecto, si México era racista, el norte lo era aún más).

En contraste, algunos críticos sumarizan la ‘moraleja’ de ‘Clemencia’ como una advertencia a las mujeres caprichosas. De nuevo, no haría falta una crítica de este tipo si no hubiera una patente preferencia por los fenotipos ya citados por sobre los nativos.

El mismo Altamirano probablemente tenía experiencia en el asunto pues en “A Leonor en su álbum”, poema satírico (y valiente), escribió:

“El oscuro color de mi semblante
ha espantado tal vez vuestra belleza,
porque queréis, señora, en vuestro amante
un monstruo de hermosura y de riqueza.

Cuando algún indio como yo, señora,
de tez cobriza, de melena dura,
de una Venus de Gnido se enamora,
debe hallarse atacado de locura.

Todo eso habéis pensado, lo imagino,
la amarga chanza de mi suerte es esa,
siempre encuentro una tonta en mi camino,
siempre algún animal se me atraviesa.

¿Pensasteis que os amé? Pues estáis loca,
vuestra hermosura tan preciada y fiera
no conmovió mi corazón de roca,
ni mi alma desdeñosa y altanera.

Yo odio a las mujeres casquivanas
que abundan como vos, sin duda alguna,
que andan de sus personas muy ufanas
sin mirarse jamás en su tontuna”

Otro fragmento dice:

“No faltará algún tonto que os espete
mil himnos lisonjeros, no lo dudo,
ni faltará algún lúbrico vejete
que os pida ansioso para ser cornudo.

¿Pero yo enamoraros? Ni por pienso,
no me habéis, de seguro, sondeado,
tengo un orgullo insuperable, inmenso;
contra ese orgullo el vuestro se ha estrellado.

Yo soy un indio como nadie feo
y me vivo soberbio en mi pobreza,
pero a los míos desdeñoso veo,
sin inclinar a nadie la cabeza.

Ando muy orgulloso de mi cuna,
nací en el Sur, y aunque nada os cuadre,
jamás pedí limosna en puerta alguna,
como lo hizo otra vez vuestro buen padre.

El padre mío siembra en la montaña
laborioso el maíz, no está indigente,
mantiene a su familia en su cabaña
y eleva limpia su altanera frente.”

La poesía de Altamirano está tremenda ¿no crees?. Esas líneas me recuerdan un poco a Valle que dijo:

“En cuanto al estado de mi corazón, confieso a usted que nunca he amado antes de llegar a Guadalajara, porque francamente no he sido simpático a las mujeres; y alguna vez que me he inclinado a alguna, pronto su desvío me ha hecho comprender que la molestaba, y, tímido por carácter, pero altivo en el fondo, me sentía humillado y me retiraba pronto.”

Fernando al doctor

En la ética de Altamirano, la apariencia bella y robusta del físico está subordinada a la moral interior. De modo que Nicolás, aunque no sea de físico agraciado, tiene el «alma hermosa». Por su parte, aunque Enrique Flores tiene un cuerpo deslumbrante, su personalidad es vacua.

Rubio de ojos azules y agraciada condición física y psíquica, según los estereotipos de belleza nórdica, Enrique representa la imagen opuesta de Fernando. 

Como subalterno, Fernando es invisible, o en el mejor de los casos su presencia resulta molesta para la sociedad burguesa criolla. La siguiente nota autobiográfica de Altamirano se deriva de su genealogía social y cultural: «Mis antecedentes son humildes, he probado desde mi infancia el cáliz de las miserias de la vida».

Es posible que Altamirano se esforzara tanto por ‘enseñarle a las masas’ que no es bueno despreciar a nadie por su aspecto porque él había experimentado de primera mano lo cruel que puede ser la sociedad para con quien considera ‘inferior’ únicamente por su ascendencia o posición social. Por eso sus personajes mestizos demuestran una gran valía, como para mostrarle a la gente que también hay ‘indios’ (ellos así los llamarían) que pueden lograr grandes hazañas.

No solo eso, los hombres y mujeres normalmente despreciados, cobran importancia en la obra de Altamirano al ser personas de talento, valientes, y de gran sensibilidad.

Y se vale de Clemencia e Isabel para expresar sus teorías sobre la forma en que la sociedad (y las mujeres) juzgaban a los individuos.

“Por otra parte, hemos dicho que Flores era hermoso, e Isabel era de esas mujeres para quienes la forma es todo. Su pobre primo no podía sostener una comparación física con el joven y gallardo rubio.

Clemencia se parecía mucho en esto a su amiga. Adoraba la forma, creía que ella era la revelación clara del alma, el sello que Dios ha puesto para que sea distinguida la belleza moral, y en sus amigas y amigos examinaba primero el tipo y concedía después el afecto.

Y esto no da derecho a suponer que las dos jóvenes careciesen de talento y de criterio, no; la naturaleza había sido pródiga con ellas en dones físicos e intelectuales. Clemencia pasaba por tener una de las inteligencias más elevadas del bello sexo de Guadalajara. Isabel era citada por su talento. Ambas estaban dotadas del sentimiento más exquisito. Eran mujeres de corazón.

Pero juzgaban como juzgan casi todas las mujeres, por elevadas que sean, y eso en virtud de su organización especial. Aman lo bello y lo buscan antes en la materia que en el alma. Hay algo de sensual en su modo de ver las cosas. Particularmente las jóvenes no pueden prescindir de esta singularidad, sólo las viejas escogen primero lo útil y lo anteponen a lo bello. Las jóvenes creen que en lo bello se encierra siempre lo bueno, y a fe que muchas veces tienen razón.”

El doctor

El amante-poeta de los cuentos de hadas

Creo escribir una obviedad cuando menciono mis sospechas de que hay mucho de Ignacio Manuel Altamirano en los héroes de sus obras.

Presiento que de entre todos ellos, el que más se acerca a él es Valle, no en su noble cuna, o en sus amores truncados, sí en el desprecio que algunos habrán de haberle hecho sentir, pero sobre todo en su ‘corazón’.

En palabras de Amanda Petersen, “Valle es el mejor de los hijos fabricados por la nación”.

Es valiente, patriota, orgulloso, y afronta la adversidad con estoicismo (‘cualidad’ nacional que Octavio Paz también notó).

Pero de nuevo contradiciendo las tendencias que previene con el discurso del médico sobre la sensibilidad y el romance, Altamirano lo retrata como un idealista romántico.

Altamirano percibe que la adopción de las costumbres extranjeras terminaría por ahogar el antiguo romance mexicano, coincidiendo con Bello y Teresa de Mier (y después Darío y los modernistas), que preveían la invasión del norte, no solo de manera física, si no también cultural.

“Sea como fuere, nosotros advertimos, y esto es muy perceptible, que a medida que nuestro pueblo va contagiándose con las costumbres extranjeras, el culto del sentimiento disminuye, la adoración del interés aumenta, y los grandes rasgos del corazón, que en otro tiempo eran frecuentes, hoy parecen prodigiosos cuando los vemos una que otra vez.

Cuando el mundo está así, la poesía es imposible, la novela es difícil, y sólo hay lugar para los cuentos de cocotas que hoy hacen la reputación de los escritores franceses, o para las sangrientas sátiras que, no por disfrazarse con la elegancia moderna, son menos terribles en la boca de los juvenales del siglo XIX.”

El doctor

Este ‘idealismo en extinción’ se manifiesta en la conversación entre Valle y Flores del capítulo XI, en el que se enfrentan dos ideologías: Valle y su amor sencillo pero honesto contra Flores y su pragmatismo, el mismo Flores dijo:

“Yo no soy platónico; y, con perdón de usted, creo que el platonismo es manjar de tontos. En este tiempo en que se vive tan presto, sacrificar los mejores días a los goces de lo que ustedes llaman alma, es pasar una hermosa mañana de primavera estudiando geografía en un gabinete; es pasar una hermosa noche de estío traduciendo el Arte de amar. Así, pues, en cuanto a mujeres…

— ¡Ah, sí! en cuanto a mujeres, demasiado sé cuán afortunado ha sido usted.

— He hecho llorar algunos hermosos ojos aquí en mi inculta patria, donde todavía se usan el color natural y las lágrimas sinceras; pero reflexione usted en que sería peor para mí, verme obligado a lamentar el rigor de las desdichas. Con las mujeres no hay remedio: o tiene uno que engañar o que ser engañado. ¿Preferiría usted ser lo último?”

Flores representa al extranjero, además de en apariencia, también en costumbres y moral. Es un hombre que se envanece de sus conquistas pero únicamente como “embellecimiento del camino de la ambición”.

Para Fernando el amor no debe ser la diversión del libertino. No admite la impiedad de ‘mancillar una flor’. Tiene al amor como sustento del hombre, la fuerza que lo motivaría a aún más arrojo y valor, en su opinión, la vida del amante-guerrero es una digna de perseguir.

Amor y Patria

Podemos hacernos una idea de esto al leer las cavilaciones de Valle la noche después de recibir la flor, en la que se convence de luchar con más bravura ahora que tiene a su alcance “la gloria del soldado y del amante”. Como decía Sommer, el amor romántico y el patriotismo se confunden y entremezclan constantemente.

En la misma conversación en la que se enfrentan las ideologías afrancesada y nacional leemos el siguiente diálogo:

— Pero dígame usted, Flores, con semejantes ideas cuyo origen no me es desconocido ya ¿cómo es que sirve usted en el ejército, y en un tiempo como este, en que la República anda de capa caída? Flores sonrió y se turbó un poco ante la mirada fija de Valle.

— Precisamente por eso vengo aquí. ¿Usted tiene fe en el triunfo de la independencia?

— Tengo gran fe, una fe incontrastable.

— ¿Y usted cree que no morirá en la lucha?

— Eso no lo sé: nada difícil es que muera; pero moriré con la conciencia de que tarde o temprano triunfará la República.

— Pues bien; yo también tengo fe, y hay algo que me dice que sobreviviré a la guerra. Usted comprenderá que vamos a quedar muy pocos, y de esos pocos me propongo ser uno. El camino así se hace más corto, y yo llegaré a mi fin.

— De modo que el patriotismo entra muy poco en los propósitos de usted.

— El patriotismo tiene sus móviles de diferente especie; para unos es cuestión de temperamento, para otros es la simple gloria, ese otro platonismo de los tontos. Para mí es la ambición. Yo quiero subir.

Citando a José Gomaríz “Clemencia recrea una época de crisis y renovación de la vida nacional mexicana mediante un discurso antihegemónico de afirmación cultural y nacional codificado en un romance amoroso, cuya dinámica libidinal está en consonancia con el destino socio-histórico y político basado en el proyecto republicano, social y democrático que Altamirano concebía para México.”

En otras palabras, la guerra con los franceses sirve de marco al nacionalismo de la novela.

Igual que con el concepto del amor de Flores y Valle, encontramos el enfrentamiento entre el ser un patriota o ser un traidor.

A pesar de su garbo y galanura, Flores es un ‘afrancesado’ que tenía planeado desertar con su tropa para unirse a las tropas invasoras. Valle deseaba entrar en combate cuanto antes, al principio por su amor a la patria, luego por su amor a Clemencia (que según Summer es lo mismo).

No obstante, cuando Valle se ve enamorado por completo, en su corazón surge la disyunción entre sus deberes de patriota y sus afectos de enamorado. Y no titubea en poner a la nación primero. Pero al final de la historia hace justo lo contrario, se convierte en un traidor a la patria al liberar a Flores para complacer a su amada.

Romanticismo: Hacerse matar por amor (o ‘Sobre el suicidio’)

Altamirano siguió la tendencia inaugurada por Goethe en ‘Werther’, un triángulo amoroso que termina en el ‘suicidio’ del enamorado no correspondido.

Así los afectos de estos personajes califican como ‘románticos’ (en sentido literario) debido a la imposibilidad de la realización del amor.

La personalidad de Valle es también muy asociada con el suicidio.

Es retratado como un personaje taciturno y huraño, despreciado por todos, su familia, su tropa y las mujeres. Justo cuando alguien le ofrecía alguna esperanza, no se trataba de más que un ardid para darle celos a otro hombre.

Para Adriana Sandoval la muerte de Valle es un suicidio debido a las múltiples referencias a ese acto a lo largo del la obra, “no había para él punto medio entre el amor de Clemencia y la muerte”, deseaba matar o morir en el duelo con Flores, en gloriosa batalla o en última instancia por su propia mano como le dijo al doctor cuando el coronel no le permitió batirse con Enrique.

Y ya desde el principio de la obra su carácter romántico es manifiesto cuando el doctor dice que va a relatar una “historia de amor y desgracia”.

Para varios críticos el ‘suicidio’ de Valle es todo menos ‘patriótico’.

Valle decide contravenir todo por lo que había luchado hasta entonces por el amor a Clemencia. El capitán confirmó sus temores y cambió el amor a su causa por su amor a la doncella. Realizando un acto de traición que debilitó al ejército de occidente al quitarle a su “comandante más capaz” y favoreció a los invasores al dejar libre a Flores.

Tiene mucho de ‘romántico’ esta última decisión, pues el amor terminó siendo lo más importante para Valle.

En el plano psicoanalítico Sandoval asegura que Valle admira y envidia a su contraparte (guapo, rico, seductor y amado por todos). “Al apropiarse de su lugar frente al pelotón de fusilamiento, [al final] logra identificarse con su oponente e incluso toma[r] su lugar.“

Valle traiciona a la patria tanto como Flores y ante la imposibilidad de hacerlo como un conquistador amoroso, guapo o seductor, se iguala con él en la traición.

En el mismo tenor es común que los suicidas “culpen” o señalen a alguien de su muerte (como dicen que hizo Manuel Acuña por ejemplo).

Valle se dirigió en particular a su padre con la misiva que entregó al doctor, se desconoce su contenido pero debe ser significativo pues el severo aristócrata que nunca manifestó afecto por Fernando emitió un “gran grito de dolor” al leerla.

Clemencia por su parte se siente culpable por la muerte de Valle, ya fuera por usarlo como catalizador para seducir a Flores o por insultarlo en la prisión. Se considera a sí misma la asesina de Fernando, mientras que el doctor en el desfile del epílogo llama a Enrique “el miserable autor de la muerte de Fernando”, subrayando su desprecio por el traidor.

Si ese es el caso, la muerte de Valle resultó ser una venganza sumamente refinada.

¿Por qué Altamirano decidió frustrar el amor en Clemencia?, ¿por qué mató a Valle?

En un principio pudiera carecer de sentido literario en términos de narración fundacional y de la justicia poética. Zuhua Liang y Frindhelm Schmidt han intentado conciliar esta ‘contradicción’ como una forma de final irónico.

Así, tenemos una novela nacional en la que parecería que no se manifiesta de manera patente la promesa de la consolidación de la nación. La crítica ha propuesto la explicación del final trágico como una lección moralizante y/o una crítica de mujeres caprichosas (aunque en ‘Julia’ no hizo falta matar al protagonista para lograr el mismo objetivo).

‘La sultana’ llora profusamente y cambia para siempre sus hábitos de coqueta para consagrarse a la religión probablemente buscando expiar sus culpas.

El ciudadano modelo y patriota muere como un traidor sin enterarse nunca del cambio de opinión de Clemencia y su rechazo a Flores (es posible que la novela busque enaltecer el nacionalismo y las buenas prácticas morales, como no juzgar con base en las apariencias).

Si lo comparamos con el ‘corpus’ literario de Altamirano esta es una historia atípica, ‘Clemencia’ manifiesta una ‘anomalía’: el romance entre los mestizos es truncado, y el villano, de rasgos Europeos vence en casi todos los frentes, con la pérdida del amor de Clemencia como único ‘castigo’ por su traición.

Ninguno de los investigadores mencionados pretende explicar el trágico final de Clemencia, que pasa por ‘des-fundacional’.

Teorías sobre la violencia

Alejandro Cortázar también interpreta la muerte de Fernando como suicidio. 

Su interpretación niega la lectura de José Gomáriz del protagonista como héroe que se ofrece para salvar a Clemencia y resalta el desarrollo de la subjetividad del individuo romántico. “¿Es irónico el desenlace de Clemencia? ¿La tragedia romántica solo sirve para enseñar a las mujeres a no ser caprichosas o al mexicano a dudar de las apariencias?”.

“¿O solo para crear el sujeto trágico-romántico por excelencia? Si aceptamos que las novelas de Altamirano tienen una función pedagógica, ¿Cuál es la lección de la muerte del mejor ciudadano, del hijo fabricado por la nación?”.

Amanda Petersen cree que no es un final irónico. ni una lección frívola, ni una representación contradictoria del nacionalismo.

Para ella la muerte de Fernando no es un sacrificio inútil cuando se examina a través de las teorías de René Girard sobre la violencia y el sacrificio.

Girard fue un filósofo francés famoso por su teoría de la ‘mímesis’ que trata de describir el motivo de los deseos/motivos humanos. En pocas palabras, Girard pensaba que nuestros deseos se definen gracias a los deseos de los demás. Debido a esto surgen conflictos que eventualmente se desvían del motivo original y se convierten en confrontación, a veces violenta.

Con el tiempo propuso que esto pasaba desde los albores de la civilización. Cuando el conflicto se convertía en crisis se hacía necesaria la muerte (social o literal) de un individuo o grupo de individuos como ‘chivo expiatorio’.

La sociedad entonces recordaría tanto la violencia como el fin de esta y frecuentemente la ‘desdibujaría’ con ritos, mitos y prohibiciones (léase leyes). En teoría este tipo de expulsiones se repitió a lo largo de la historia llegando a nuestros días mudando de presentación a cada iteración.

Girard percibe dos tipos de violencia: una beneficiosa (ritual, generativa) y otra dañina (recíproca, descontrolada). La violencia no puede ser disminuida, solo subvertida. Por eso, cuando la violencia negativa emerge, se presenta una crisis sacrificial y hay que tener una válvula de escape: el sacrificio ritual. El orden (la violencia ritual, controlada) de la sociedad es restaurado a través del mecanismo del sacrificio.

Wikipedia

El marco histórico de Clemencia es una época de crisis, de violencia recíproca y descontrolada. Petersen propone que Fernando es la víctima del sacrificio ritual para la sociedad nacional, con lo que su muerte sería el fundamento para la nación ideal de Altamirano.

Valle es presentado como una ‘víctima sacrificable’ en palabras del doctor/narrador, pues según Girard, la víctima sacrificable tiene que ser alguien diferenciado de la sociedad, un marginado.

El aislamiento de Fernando es más evidente con la presencia de Flores, presentado como su opuesto: rubio, robusto y sociable.

El siguiente aspecto a considerar en una crisis sacrifical es el ‘doble monstruoso’, concepto acuñado por Girard para definir una relación de imitador-imitado que se intercambia constantemente, situación que eventualmente desemboca en violencia.

Fernando y Enrique se intercambian repetidas veces: primero en sus objetos de conquista, Fernando amaba a Isabel pero al ver que no era favorecido se hace a un lado para que Enrique la corteje, y en cambio accede de mala gana a ir por Clemencia, aunque sabe que ella no está realmente interesada en él.

Luego Fernando es un traidor ante sus superiores del ejército cuando en realidad lo era Enrique. Cuando se defiende y el segundo es enviado a prisión vuelve a tomar su lugar como el traidor y finalmente, el amado de Clemencia.

Que se ‘desdibuje’ la línea entre héroe y traidor en la persona de Valle demuestra la crisis a la que se enfrentaba la nación durante la invasión francesa.

La nación representada es una que no puede distinguir entre sus aliados y sus enemigos: sus propios ciudadanos apoyan la invasión francesa y sus soldados liberales son tan ambiciosos que incluso el que parece ser el mejor de sus militares, Enrique, traiciona a la patria.

Amanda Petersen

Incluso la estructura de la historia, con capítulos enfrentados colabora para alcanzar este fin. Todos los personajes están inclinados a la violencia. Incluso Clemencia piensa en el suicidio.

“Surge una reacción en cadena que, desde la perspectiva de Girard, solo puede ser detenida con el sacrificio ritual de un individuo que es calificado como la causa de la contaminación de la comunidad, Fernando, en este caso.”

Petersen

El tratamiento que recibe Fernando a partir de que se sabe que se sacrifica para que su amada Clemencia/La Patria sea feliz, es el de un hombre “hermosamente heróico”. Sus rasgos que lo hacían antipático desaparecen y arrostra la muerte con estoicismo y resignación. Su cadáver es tratado como el de un santo mártir, y Clemencia guarda su cabello como reliquia.

La intención de Altamirano (según Petersen) era que todos los que escucharan esta historia verían sus ánimos patrióticos restaurados y convertirían en leyenda los actos del mejor patriota que había dado la nación, encarnado en Valle.

Dentro de la ficción el doctor desprecia a los colaboracionistas y a los invasores, y por lo visto todos los soldados de su regimiento compartieron ese sentimiento (e.g. los fusileros que ejecutaron a Valle lo hicieron con lágrimas en los ojos).

Y Clemencia, la mujer de las grandes pasiones, hermosa, coqueta, la gran seductora, se convierte en una monja, una muerte simbólica, señal de renuncia a la pasión carnal que emanaba al conocer a Flores y a Valle.

Es un símbolo que registra una leyenda oral para la memoria colectiva y que encarna el discurso de la novela fundacional, la construcción de la nación que cumple con el proyecto literario altamiranesco.

Petersen

Conclusión

En resumen, hay diversas formas de ‘leer’ a ‘Clemencia’ de Ignacio Manuel Altamirano.

Para Petersen, la muerte de Valle es un sacrificio ritual que daría nueva vida al moribundo nacionalismo luego de las repetidas derrotas ante los invasores.

Adriana Sandoval coincide con Alejandro Cortázar en que Valle se suicida como un romántico, sin emitir juicios sobre las intenciones del autor, aunque si es una forma de venganza en contra de la superficial doncella, sería una venganza ‘sumamente refinada’.

José Gomaríz piensa que la novela “recrea una época de crisis y renovación de la vida nacional mexicana mediante un discurso antihegemónico de afirmación cultural y nacional codificado en un romance amoroso. En este romance, la dinámica libidinal está en consonancia con el destino socio-histórico y político basado en el proyecto republicano, social y democrático que Altamirano concebía para México”.

Aunque a veces las opiniones pueden divergir, en estos tres ensayos se coincide en las intenciones políticas/ideológicas de Altamirano al publicar la novela, es decir, proponer lo que pensaba que debería pasar en la nación al lidiar con influencias extranjeras, tal vez incluso en prevenir contra la superficialidad al juzgar a los demás.

También en todo caso, Altamirano aspiraba a la creación de una literatura nacional con base en historias que expresaran la identidad mestiza de la nación.

Así que sin importar la interpretación que le des a ‘Clemencia’, es una novela que busca ser ‘mexicana’. Haciendo que su lectura sea ‘obligatoria’ para todo el que se interese por comprender la literatura de ese país. Desde los aspectos geopoliticos hasta las tendencias literarias de la época, sin duda una pieza fundacional en las letras nacionales.

Nota del curador de la entrada

Pueeeees, la entrada está probando ser bastante más extensa de lo que había estimado y por eso la tendré que publicar en partes.

Planeo completarla antes del dieciséis de septiembre (lol), así que dáte una vuelta aprox por esas fechas XD.

Actualización del veinte de septiembre: La entrada está muy grande, y mi cuota de tiempo disponible para el blog se ha reducido un poco, así que igual y toma aún más tiempo terminarla. Ya no quiero dar fecha estimada porque no soy muy bueno cumpliendo plazos (T.T). Aún así la iré actualizando conforme me sea posible, soooo pásala bien XD.

Actualización del cinco de diciembre: Bruhhhhh, por fin la entrada está completa, pienso que está muy interesante todo lo que sale de la narración que pudiera parecer un romance simple y llano, pero justo como los críticos teorizan, en una novela hay mucho más que una historia, es casi como un destello del universo interno del autor, que ineludiblemente es afectado por su entorno, por lo que se puede discernir un pedacito del mundo que vivieron, eso está tremendo. En fin, aquí termina la cuarta temporada oficialmente, estaremos de regreso el año que viene :3.

Fuentes