El cuento como concepto ha existido desde que la humanidad lo hace, ya sabes, el típico cazador relatando alrededor de una fogata cómo un oso desmembró a un par de sus amigos mientras regresaban con un bisonte a cuestas o por el estilo, añadiendo adornos aquí y allá y dando origen a un mito que los bisnietos de sus bisnietos tendrían como la crónica de la travesía de una deidad para vencer a sus enemigos y salvar a la tribu (estoy divagando).
Y así, no se puede determinar el nacimiento de muchas historias que por lo regular se consideran cuento en el sentido popular, cuentos del corte de «La bella durmiente» o la cantidad industrial de «cuentos dentro de otros cuentos» que se recogen en «Las mil y una noches» y sus equivalentes africanos, asiáticos, europeos y (de haber sobrevivido a ciertas invasiones) americanos.
Como género literario formal no surgió hasta el siglo XIX, con muchos antecedentes como el Decamerón de Giovanny Bocaccio (un compendio de cuentos del siglo XIV) o las «Novelas Ejemplares» de Cervantes (El Licenciado Vidriera y demás) o los «Cuentos de Cantebury» de Geoffrey Chaucer entre muchos.
En dicho siglo y con el auge de la prensa escrita se empezaron a popularizar narraciones breves que incorporaban las bases del cuento moderno, esto facilitó el surgimiento de los maestros del género, Nathaniel Hawtorne (famoso por ‘La letra escarlata’), Edgar Allan Poe (un maestro entre maestros, famoso por las ‘Narraciones extraordinarias’), Henry Guy de Maupassant (famoso por sus ‘Cuentos de terror’), mientras que del lado Hispanoamericano destaca Rubén Darío (famoso por su poesía) y Manuel Payno (más famoso por ser político liberal moderado que por otra cosa, que escribió ‘Los bandidos de Río Frío’).
Estos maestros junto a otros terminaron de ‘independizar’ el género y mas o menos definieron qué es un cuento.
Charles Baudelaire, en el prólogo a su traducción de las ‘Narraciones Extraordinarias’ de Edgar Allan Poe escribió: «Entre los dominios literarios donde la imaginación puede obtener los más curiosos resultados, puede cosechar los tesoros, no los más ricos, los más preciosos (éstos pertenecen a la poesía), pero sí los más numerosos y los más variados, hay uno sobre el que Poe siente un afecto particular: es el cuento.
Tiene sobre la novela de vastas dimensiones la inmensa ventaja que su brevedad añade al efecto. Esta lectura, que puede realizarse toda de un tirón, deja en el espíritu un recuerdo mucho más poderoso que una lectura rota, interrumpida frecuentemente por el tráfago de los negocios y el cuidado de los intereses mundanos.
La unidad de impresión, la totalidad de efecto, es una ventaja inmensa que puede dar a este género una superioridad completamente especial, hasta el punto de que un cuento demasiado corto (lo que sin duda es un defecto) sigue valiendo más que un cuento demasiado largo.
A esto se puede añadir lo que Horacio Quiroga (Otro maestro Hispanoaméricano del género que es famoso por su «Cuentos de amor de locura y de muerte») escribió en su «Manual del perfecto cuentista»
De mis muchas y prolijas observaciones, he deducido que el comienzo del cuento no es, como muchos desean creerlo, una tarea elemental. “Todo es comenzar”. Nada más cierto, pero hay que hacerlo. Para comenzar se necesita, en el noventa y nueve por ciento de los casos, saber a dónde se va. “La primera palabra de un cuento —se ha dicho— debe ya estar escrita con miras al final
Y la mayoría de los autores coinciden con ambos, la extensión del texto y la búsqueda de un efecto son los principales distintivos de un cuento moderno.
Dato random es que cuando alguien insinúa que los cuentos son prosa para niños me dan ganas de arrojarle una edición en letra grande de los Mitos de Cthulhu directo a la cabeza, (salvo que no lo haría por que no me atrevería a maltratar un libro XD).


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