‘El llano en llamas (libro)’ es un volumen de diecisiete relatos cortos, todos absurdamente buenos (hay varias ediciones, pero voy a comentar la versión ‘definitiva-oficial’).
Varios teóricos coinciden en que este libro es especial porque todos ellos confluyen en un tema principal, una especie de ‘álbum temático’ pero de cuentos. Vamos a verlo más en detalle, pero si hubiera que decidir cuál es el tema mi proposición millenial sería: ‘La vida en México está difícil, pero no me agüito, vengan esos balazos’.
Idea que creo es válida aún hoy, tal vez tanto como en los años posrevolucionarios.
Sobre Juan Rulfo
Juan Rulfo es un autor con características muy atípicas, la más importante es que publicó en vida dos libros y con eso le bastó para convertirse en uno de los escritores hispanoamericanos más importantes del siglo XX.
Nació en Jalisco en 1917, en plena revolución mexicana, muchos de los temas y ‘escenarios’ de sus obras derivan de este conflicto y sus efectos en la realidad nacional.
De ahí que se le asocie con el realismo, pero su ejecución es sumamente contemporánea, sin descripciones costumbristas, usando la sonoridad del lenguaje como se hablaba (o aún habla) en el campo mexicano, con una técnica más emparentada con las vanguardias que con las letras de principios de siglo, aptamente se le considera uno de los precursores de ‘El boom’ y el realismo mágico.
Hay una entrevista de él en el programa ‘A fondo’ (un must watch) en la que se confirman los rumores de que era un hombre introvertido, callado y en cierta forma enigmático.
‘Pedro Páramo’ es considerada una de las mejores novelas en español del siglo XX (lo que es mucho porque estuvo lleno de hitos) y ‘El llano en llamas’ una de las más brillantes colecciones de cuentos en español, al nivel de las colecciones de Lugones, Quiroga o Borges (arriba el Río de la Plata jaja).

Sobre la revolución mexicana (parte 1)
Se han escrito montones de libros sobre el tema y aunque soy un ñoño de la historia, el tratar con detalle a la revolución mexicana está fuera de los alcances de esta entrada, así que en muuuy breves palabras:
Don Porfirio fué derrocado, los que lo hicieron empezaron una battle royal en la que el último hombre en pie se quedaba con el país. Cuando uno ganaba otro lo mataba y luego otro le hacía lo mismo y así hasta llegar a un general llamado Álvaro Obregón, le sucedió su protegido, otro general llamado Plutarco Elías Calles que fundó el partido que gobernó al país por setenta años ininterrumpidos.
Y es muy fácil que este tipo de resúmenes le quiten el factor más importante a este hito de la historia nacional, a saber, el humano, de hecho este aspecto suele ser ignorado por los libros y documentales más mainstream, ¿te imaginas cómo sería vivir en aquellos tiempos?.
Literal, un día podías ir muy quitado de la pena a trabajar a tu milpa, una unidad de ejército o de revolucionarios (de los mil sabores que había) pasaba y te ejecutaba o te llevaba de conscripto si eras hombre o te violaba y luego te secuestraban para que les hicieras la comida (y otras cosas) si eras mujer.
La primera revolución social del siglo XX (antecedió a la rusa o alemana) también incorporaba proposiciones sumamente innovadoras, el reparto agrario de Zapata, la igualdad social, y mucho más. La constitución de 1917 en su momento fué la más avanzada de su tiempo, así que en papel la vida en México debía ser de las mejores del mundo, pero en la aplicación de dichas leyes es en donde les falló a los que tuvieron que ver con ello en aquellos tiempos, por lo visto una característica nacional que nos distingue desde los albores de la nación.
Pero soy apolítico, solo lo menciono porque aún con la revolución concluida y con la mejor constitución del mundo, el país estaba lleno de violencia, pobreza y corrupción (again, algunas cosas nunca cambian).
‘El llano en llamas (libro)’ posiblemente es el conjunto de cuentos que mejor transmite la realidad de aquél México de la postguerra revolucionaria. Y si prestamos atención algunos aspectos en él siguen siendo tan relevantes como hace casi cien años.
Ahora viene un brevísimo resumen de cada relato.

Resumen de cada relato de ‘El llano en llamas’ [Spoilers]
Nos han dado la tierra
Cuatro hombres caminaban por ‘el llano grande’, una extensión enorme de terreno que es seca y mala, cuando el delegado se las entregó como su tierra, ellos no comprendían cómo es que les daban una tierra tan estéril.
Llevaban once horas caminando, el hombre que narraba la historia reflexionó en que de seguir con sus caballos y carabinas la cosa sería distinta, pero también se los habían quitado.
Uno de ellos llevaba una gallina, dijo que cuando salía lejos la llevaba pues no había quien se la cuidara.
Por fin llegaron al desbarrancadero, cerca del río, de inmediato se empezó a notar cómo la tierra se volvía buena.
El hombre de la gallina la volvió a abrazar y le desató las patas, luego dijo: “¡Por aquí arriendo yo!”, los demás siguen adelante, más adentro del pueblo. La tierra que ‘les habían dado’ “está allá arriba”.
La Cuesta de las Comadres
Un hombre comienza a describir el lugar en el que vivía, ‘La cuesta de las comadres’, cómo nadie quería a los Torrico, ni en la cuesta ni en el cercano Zapotlán.
Luego ‘del reparto’ se erigieron en dueños, aunque a ellos les había tocado una pequeña parte nada más.
Remigio Torrico era tuerto, pero tenía una vista muy aguda, el narrador se sorprendía de cómo se pasaba horas vigilando Zapotlán, más tarde se enteró que lo que vigilaba era el camino.
Era un buen amigo de los Torrico, una vez los acompañó, entonces supo que ya era demasiado viejo como para estar en esas ‘andadas’.
Iban por unos tercios de azúcar. El arriero que los cuidaba estaba tendido en el suelo, dormido según los Torrico, muerto según el narrador.
Luego el hombre que relata la historia aceptó que él mató a Remigio Torrico, él lo incriminaba de la muerte de su hermano Odilón, después de gritarle y buscarle problemas fué a por un machete, el narrador estaba remendando un costal y tenía la aguja de arria a la mano, tan pronto se acercó se la clavó en el abdomen.
Al verlo tan triste se apiadó de él y después de sacarla se la clavó en donde suponía que tenía el corazón.
Luego le explicó al difunto Remigio cómo había muerto su hermano, limpió sus enseres y lo tiró en algún paraje mientras quemaban cohetes por las fiestas en Zapotlán.
Es que somos muy pobres
Un niño comienza narrando cómo un sábado, el primero después de la muerte de ‘tía Jacinta’ cayó un aguacero como hacía mucho no se veía.
La cebada que se secaba al sol se había perdido irremisiblemente, el único tamarindo del pueblo había sido arrancado y el río también se había llevado a ‘La serpentina’.
‘La serpentina’ era la vaca de Tacha, su hermana. Que su papá había conseguido tras muchos esfuerzos, se la regaló cuando era una vaquilla con el objetivo de que le sirviera de dote, una vaca muy bonita con una oreja blanca y otra colorada.
Y el río, crecido como nunca, se la había quitado.
Las hermanas mayores de Tacha, debido a que eran muy pobres se habían vuelto ‘pirujas’, habían aprendido malas costumbres de hombres malos y no era raro que las encontraran en el corral con alguno de ellos encima, su papá les aguantó todo lo que pudo, pero las terminó por despedir de su casa y ahora estaban en Celaya, o quién sabía dónde.
Por eso habían comprado a ‘la serpentina’, para evitar ese destino para Tacha, pero ahora que la vaca ya no estaba sus padres habían perdido toda esperanza.
Y allí estaba ella, llorando como si el río se le hubiera metido a los ojos, su hermano la intentaba consolar, pero ella no dejaba de lamentarse.
“Tacha y los dos pechitos de ella se mueven de arriba abajo sin parar, como si de repente comenzaran a hincharse para empezar a trabajar por su perdición”
El hombre
Un hombre camina trabajosamente por el monte. Otro lo sigue. Cada uno reflexiona en los eventos que los llevaron a esa persecución. El primero mató a una familia entera, el otro desea vengarse. El relato se intercala temporal y espacialmente entre ambos personajes, y termina con la declaración de un pastor a un licenciado sobre el hombre que huía, al que halló muerto en una poza cercana al río.
En la madrugada
Era de madrugada en San Gabriel, el viejo Esteban iba guiando un rebaño de vacas, llegó al corral de don Justo pero nadie abría así que saltó la pared para abrirse, así vió como don Justo llevaba en brazos a la niña Margarita de vuelta a su casa.
Le permitió al becerro que iba a ser quitado de su madre una última ordeña, pero al ver que mamaba de las cuatro tetas comenzó a golpearlo.
En eso llegó don Justo que lo golpeó a él tan duro que ya no supo de sí.
Luego leemos la perspectiva de don Justo, después de llevar a Margarita a su cama, pues pasaron la noche juntos, fue a abrirle la puerta al viejo Esteban, iba pensando en que si le pedía al cura que lo casara con Margarita lo acusarían de incesto y los excomulgarían a los dos, entonces vió al viejo golpeando al becerro brutalmente y por su parte lo agarró por el cuello y comenzó a darle de puntapiés, después sintió que se le nublaba la cabeza y cayó en el empedrado, su sobrina lo encontró muerto.
El viejo Esteban estaba declarando (posiblemente a un funcionario), “Yo no me acuerdo; pero bien pudo ser. Quizá los dos estábamos ciegos y no nos dimos cuenta de que nos matábamos uno al otro. Bien pudo ser”.
Talpa
Un hombre relata cómo él y Natalia, su cuñada, llevaron a su hermano Tanilo al santuario de Talpa, para curarlo de las llagas que lo aquejaban.
Ellos habían estado juntos muchas veces, pero la imagen de Tanilo siempre estaba presente, por eso incluso aunque quiso regresar a Zenzontla lo obligaron a continuar, y así, lo mataron.
Ahora solo les quedaba el remordimiento, no cruzaron palabra alguna cuando Tanilo murió a pies del altar de la virgen del templo, ni siquiera cuando lo enterraron escarbando con sus propias manos el surco en el camposanto de Talpa.
Macario
Un hombre, ¿o un niño? nos ‘platica’ (literalmente usa ese verbo) un poco de su vida.
De las ranas que tiene que matar porque su madrina se lo pidió, de Felipa que es quien cocina y a quien quiere más, aunque su madrina es quien paga las cuentas y por lo tanto quien tiene la última palabra.
A Macario no le gusta salir a la calle pues nunca falta quien le arroje piedras, ni lo maltrate.
Su madrina lo lleva a oír misa con frecuencia, y le amarra las manos con las puntas de su rebozo, hay quien dice que está loco y que le da por ahorcar personas, pero él no da crédito a esas palabras.
Felipa lo visita por las noches, Macario la quiere más pues lo deja tomar la leche de “los bultos esos que ella tiene donde nosotros tenemos las costillas” mientras le hace cosquillas por todas partes.
Por fin recuerda que está junto a la alcantarilla esperando a las ranas, pero no ha salido ninguna, de lo que tiene más ganas es de tomar unos “tragos de la leche de Felipa, aquella leche buena y dulce como la miel que le sale por debajo a las flores del obelisco …”
El Llano en llamas
El pichón nos relata los últimos días de los hombres de Pedro Zamora. Primero cuando los hombres de Petronilo Flores mataron a la mayoría de su grupo, el llano grande por fin estaba en paz.
Pero no por mucho tiempo.
Los pocos que quedaron se desperdigaron por los montes, pocos meses después, el recadero de Pedro Zamora llegó con armas y parque, el general estaba juntando a su gente otra vez.
Y ahora tenía más que nunca, todo volvía a ser como en los buenos tiempos, saquearon muchos pueblos, pero de algún modo las cosas habían cambiado.
El gobierno mandó soldados curtidos que no eran como los conscriptos que estaban acostumbrados a combatir, Zamora se dió cuenta de que no durarían mucho si seguían así, dividió sus fuerzas en grupos pequeños que asolaron la región e hicieron mucho daño, incluso más que en su anterior apogeo.
Y probablemente hubieran seguido así por mucho tiempo de no haber sido por el descarrilamiento del tren en la cuesta de Sayula, lograron sabotearlo y miraron cómo caían los vagones llenos de gente al precipicio, se escondieron por varias semanas, pero el gobierno ya no les dió descanso.
La mayoría murió, los pocos que quedaron lograron esconderse, esperando el siguiente levantamiento. Levantamiento que nunca llegó.
El pichón había salido de la cárcel hace tres años, estuvo allí no por ser un hombre de Zamora (de ser así lo habrían colgado boca arriba en un árbol para que los Zopilotes se lo comieran vivo), sino por el hábito que había adquirido como revolucionario de robarse muchachas, una de ellas, que tenía catorce años cuando la secuestró ahora lo esperaba, la mujer más buena del mundo en su opinión, recordaba haber matado a su padre cuando protestó por llevársela, un día llegó a la cárcel y le presentó a su hijo.
“¡Quítate el sombrero para que te vea tu padre!. Y el muchacho se quitó el sombrero. Era igualito a mí, con algo de maldad en la mirada. Algo de eso tenía que haber sacado de su padre. – También a él le dicen el pichón. Pero él no es ningún bandido ni ningún asesino. Él es gente buena”.
¡Diles que no me maten!
Narra las últimas horas de vida de un viejo que en su juventud mató a su compadre por negarse a dejar pasar a sus animales a sus pastizales. Desde entonces vivió lleno de miedo, huía cuando gente extraña llegaba al pueblo, pero de eso hacía mucho, ahora que era abuelo de varios niños, esperaba poder vivir en paz con ellos, su hijo y su nuera, lo que le quedaba de vida.
Pero un grupo de soldados lo capturó, cuando por fin llegó al cuartel, el coronel que había despachado la orden de arresto se descubrió como el hijo del hombre al que asesinó, ordenó que lo amarraran a un arbusto y luego que lo ejecutaran.
La última escena presenta al cadáver siendo llevado por su hijo para ser enterrado.
“-Tu nuera y los nietos te extrañarán -iba diciéndole-. Te mirarán a la cara y creerán que no eres tú. Se les afigurará que te ha comido el coyote, cuando te vean con esa cara tan llena de boquetes por tanto tiro de gracia como te dieron.”
Luvina
Un antiguo maestro le cuenta a un tercero cómo es San Juan Luvina, su suelo gris, como de piedras que sirven para hacer cal, lleno de cerros y barrancos, lleno de muertos a los que los pocos familiares que les quedan tienen que acompañar.
El maestro previene a su interlocutor de la tristeza que parece emanar del lugar, y de que está muy cerca de ser ‘el purgatorio’.
De repente el hombre interrumpió su discurso, “se quedó mirando un punto fijo donde los comejenes ya sin sus alas rondaban como gusanitos desnudos, afuera se escuchaba cómo avanzaba la noche. El hombre que miraba a los comejenes se recostó en la mesa y se quedó dormido”.
La noche que lo dejaron solo
Tres hombres cruzaban la sierra de noche, el último de ellos, que después nos enteramos es un muchacho, se quedó rezagado, no habían dormido por tres días y llevaba varios rifles y carrilleras terciadas, poco a poco se estaba durmiendo mientras caminaba y terminó por acurrucarse en unos árboles al lado del camino.
A la madrugada siguiente lo despertaron unos arrieros que le dieron los buenos días. No contestó, cruzó el monte y se deshizo de su equipaje, al llegar a los ranchos de aguas zarcas se acercó sigilosamente al bullicio de soldados que estaban por allí.
Reconoció a sus dos tíos colgados de un mezquite, no hizo por mirarlos otra vez, luego escuchó a unos soldados decir que esperaban a un tercer hombre, sabían que eran tres y que el más joven había tendido una mortal emboscada a un tal teniente Parra, que eran de los últimos cristeros que iban a unirse a las fuerzas ‘del Catorce’ y que en el peor de los casos iban a ejecutar al primero que pasara por allí.
Luego se escabulló hasta llegar al arroyo y “sentir que se disolvía en la llanura”.
Paso del Norte
El relato comienza con un hombre encargando su familia a su padre. La semana pasada habían comido solo quelites, y ahora ni eso, había escuchado que en el norte se ganaban muchos dólares, y como no había forma para él de subsistir en su tierra decidió ir para allá.
El padre rehusó, pero ante la insistencia y reproches del hijo terminó por aceptar.
En la siguiente ‘escena’ el hombre ha regresado. “Padre. Nos mataron”, le dice. Entonces relata que al cruzar el río cerca de Ojinaga, unos desconocidos los ‘aluzaron’ y comenzaron a dispararles, sólo él sobrevivió.
Su padre le respondió: “Eso te ganaste por creído y por tarugo. Y ya verás cuando te asomes por tu casa; ya verás la ganancia que sacaste con irte … se te fué la Tránsito con un arriero. Dizque era rebuena ¿verdá? Tus muchachos están acá atrás dormidos”.
Acuérdate
Un hombre le habla a otro (nunca se sabe realmente quiénes son) sobre Urbano Gómez. Le recuerda la historia de varios miembros de su familia, como las hijas de su hermano Fidencio que eran ‘muy juguetonas’ o la madre de ellas apodada ‘la berenjena’ debido a que siempre estaba metida en pleitos.
Urbano era famoso por sus dotes de emprendedor, revendía naranjas con chile que le habían costado dos centavos a cinco y mercaba cuanta chuchería llegara a sus manos.
Su hermana Inés se casó con Nachito Rivero, que por algún motivo ‘se volvió menso‘, su mujer tuvo que poner un puesto de tepache en la garita del camino real para mantenerlos, mientras Nachito se la vivía cantando canciones desafinadas con una mandolina prestada.
Los hombres que estaban conversando iban a beberse el tepache de Nachito, acompañados por Urbano, y nunca le pagaban, todos los del pueblo terminaron por evitarlo pues le debían dinero.
Urbano huyó del pueblo luego de la paliza que le propinó su tío cuando lo expulsaron de la escuela por ‘jugar al papá y a la mamá’ con ‘la berenjena’, un día regresó como policía, se sentaba en una banca de la plaza de armas, con una carabina entre las piernas y mirando a todos con mucho odio.
Fué entonces cuando mató al de la mandolina, la gente estaba en la iglesia rezando cuando escucharon los gritos de Nachito.
Urbano le estaba descargando golpes con la culata de la carabina aún ante los reclamos de todos, hasta que un forastero se la quitó y lo dejó tirado de un golpe, pasó allí la noche y en la mañana se fué, lo atraparon en el camino.
Al final el narrador le menciona a su interlocutor: «Dicen que él mismo se puso la soga al cuello y escogió el mejor árbol para que lo colgaran».
¿No oyes ladrar a los perros?
En medio de la noche un hombre viejo lleva a cuestas a su hijo que estaba malherido.
Durante el trayecto a Tonaya, en donde sabe que hay un doctor, el hijo le dice a su padre que lo deje, que lo alcanzará en cuanto pueda, pero el viejo sabe que en el momento en que lo baje no podrá levantarse.
El hombre le dice que no hace esto por él, que ha sido un mal hijo, un salteador y asesino, lo hace por su difunta esposa, que quería lo mejor para él y que le recriminaría si lo hubiera dejado allí tirado, en donde habían matado a sus amigos.
El viejo le pide que se fije si están cerca del pueblo, si oye ladrar a los perros, pero su hijo no responde más.
Es de mañana y por fin han llegado a las primeras casas de Tonaya, escucha a los perros desde todos lados.
“¿Y tú no los oías, Ignacio? -dijo-. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza.”
El día del derrumbe
Dos hombres conversaban sobre el terremoto de septiembre en el occidente del país, recordaban en especial la visita del gobernador del estado, los cuatro mil pesos que les costó atender a su comitiva y lo bien que la pasaron.
Comiendo, bebiendo ponche y el gobernador dando un discurso que uno de los interlocutores se aprendió de memoria.
Recordaron que uno de los borrachos empezó a disparar al aire en apoyo del gobernador, que afuera, unos hombres peleaban con machetes y uno había muerto, del gobernador dando órdenes siempre acatadas con un ‘sí mi general’.
El hombre recordó bien la fecha de la visita del gobernador, veintiuno de septiembre, si hijo había nacido ese día y él regresó más borracho que sobrio, cuando su mujer le devolvió el saludo le dijo que ni para llamar a la comadrona sirvió, tuvo que arreglárselas como pudo.
La herencia de Matilde Arcángel
Un arriero que después nos enteramos se llama Tranquilino Herrera, comienza a relatar a un público indeterminado los sucesos relacionados con su compadre Euremio Cedillo y su familia.
Euremio era un hombretón grande y fuerte, tanto que hasta daba coraje estar cerca de él pues parecía que uno estaba hecho como de mala gana o con desperdicios.
Su hijo, también llamado Euremio Cedillo en cambio era flaco y de aspecto enfermizo. Había vivido siempre aplastado por el odio. Quien más lo odiaba era su padre.
La madre de Euremio, Matilde Arcángel, había sido novia de Tranquilino, un día éste llegó de una de sus diligencias y se encontró con que su novia se había casado con Euremio.
Matilde era sumamente hermosa, les alegraba la vista a todos los arrieros que pasaban por la fonda de su madre.
Tranquilino aceptó ser padrino de Euremio para siquiera poder verla de vez en cuando.
Venían del bautizo cuando el caballo en que iba Matilde con el niño se desbocó. Terminó en un charco de lodo, muerta, con una mirada de tristeza o felicidad, había salvado a su hijo.
Desde entonces su padre lo odió, decía que el niño asustó al caballo con uno de sus berridos y que por salvarlo su mujer había muerto. Se bebió toda su hacienda con tal de no dejarle nada, lo golpeaba todos los días, lo mataba de hambre, pero su hijo no murió.
Pasaron los años y algunas personas ayudaban al muchacho lo mejor que podían, aprendió a tocar la flauta y a veces se le escuchaba hasta bien entrada la medianoche.
Un día pasó un grupo de hombres armados por el pueblo, esa noche se escuchó a una flauta irse con ellos.
Algunos días después también pasó un grupo de soldados, Euremio el viejo se armó y les rogó que lo dejaran acompañarlos.
Pocas semanas después regresó el grupo de hombres ahora desarrapados y montados en caballos flacos, unos ‘estilando’ sangre y otros dormidos, se siguieron de largo.
Al final iba su ahijado Euremio montado en el caballo de su compadre que iba atravesado sobre la silla muerto.
Anacleto Morones
Un grupo de mujeres llega a una remota casa, buscando a Lucas Lucatero. Quieren su apoyo y testimonio para canonizar a su suegro, “el niño” Anacleto Morones.
Resulta que Morones era una especie de hombre milagroso que había curado multitud de dolencias y ayudado a muchas personas.
Lucatero estaba nervioso y quería que se fueran cuanto antes, así que buscó la forma de incomodarlas para que lo hiciesen.
Habló de los crímenes de Morones, de cómo no dejó a una sola vírgen en los alrededores, de que le entregó a su hija embarazada de él mismo y de que era tan aventurera como su padre.
Una a una las mujeres se marcharon, hasta que solo quedó Pancha Fregoso, hablando con completa franqueza decidieron pasar la noche juntos. Lucas le pidió que le ayudara a empedrar su corral pues es lo que le faltaba de faena, terminaron en poco tiempo, sin que ella supiera que debajo de las piedras estaba el cadáver de Anacleto Morones.
A la mañana siguiente Pancha le dijo: “Eres una calamidad, Lucas Lucatero. No eres para nada cariñoso. ¿Sabes quién sí era amoroso con una?. El Niño Anacleto. Él sí que sabía hacer el amor.”
Comentario
Sobre los libros de cuentos
Como he mencionado antes, el relato breve es mi forma favorita de prosa, siempre cito a Poe con su concepto de ‘unidad de efecto’ y también a Quiroga con sus opiniones respecto a lo que un buen cuento debe tener.
Si aplicamos estos estándares para ‘medir’ la efectividad de los relatos de Rulfo (nótese que no planeo definir si un cuento es bueno o malo sin importar el autor, la efectividad se refiere, de nuevo, al ‘efecto’ del relato (hasta las etimologías de ambas palabras se llevan muy bien haha)) entendemos por qué se consideran al nivel del mismo ‘Poe de latinoamérica’ o al ‘inmortal’ (codazo guiño) Borges.
Si bien las tramas y personajes del maestro Rulfo ya habían sido exploradas vagamente por otros autores (véase la sección de ‘Los precursores’ en ‘El boom de la novela latinoamericana’), como la violencia en el campo que se expresó muy bien en ‘Doña Bárbara’, o la violencia del mundo hispanoamericano a principios de siglo en algunos relatos tempranos de Borges (e.g. Hombre de la esquina rosada).
Pero algo que me pareció sumamente novedoso en términos cronológicos es el uso del lenguaje en ‘El llano en llamas’ (libro), con un fuerte ‘sabor’ a vanguardia.
Como en ‘Es que somos muy pobres’, donde el niño/narrador dice algo como: “Y Tacha llora como si el río se le hubiera metido dentro” (estoy parafraseando), o en frases tan ‘simples’ como “… ni paró en su carrera hasta que sintió que el arroyo se disolvía en la llanura.”, dan la sensación de que el autor se tomaba su tiempo para encontrar las palabras adecuadas, un poco a la Flaubert, pero con una fuerte carga a veces surrealista que recuerda vagamente a ‘El reino de este mundo’ o ‘El señor presidente’.
Pero no en lo fantástico, se acerca más a un realismo expresado con algunas técnicas de la ‘vanguardias’, algo que no se ve todos los días.
Otro aspecto interesante de ‘El llano en llamas’(libro) es la idea de leerlo como un ‘ciclo’.
El ciclo de ‘El llano en llamas’
Así como hay álbumes conceptuales en los que cada canción contribuye a un todo, que bien puede ser una historia u otro aspecto inherente a la música y el montón de variables que tiene, también hay un equivalente en el mundo de los libros de cuentos que en ocasiones es llamado ‘ciclo cuentístico’.
Y la idea no es nada nueva, si pensamos un poco ‘Las mil y una noches’ son un ciclo extenso (¿ya viste la edición de Mirlo?, ¡está bien bonita!), pasa lo mismo con otras colecciones medievales europeas al igual que en otras literaturas.
Pues que algunos críticos proponen que ‘El llano en llamas’ (el libro completo) se puede leer como un ciclo cuentístico.
Y ¿cuál es el ‘hilo rector’ del ciclo de ‘El llano en llamas (libro)’? Yo diría que en dos palabras es: ‘violencia estoica’. Pero esas palabras encierran más de lo que aparentan.
En un ‘ciclo cuentístico’ el orden en que aparecen los relatos importa mucho.
‘Nos han dado la tierra’ define el ‘marco histórico’ (no soy tan fan de la expresión) del resto de los relatos, es decir, los años después de la revolución, en los cuales los hitos más importantes fueron el reparto agrario y la guerra cristera (dato random, ‘Pedro Páramo’ también sucede en este ‘espacio temporal’, y ‘Pensativa’ lidia con las consecuencias de la guerra cristera).
Y así vemos a estos antiguos revolucionarios (se infiere por el recuerdo de las carabinas y los caballos que les fueron quitados) recibiendo tierra estéril, lo que expresa la opinión de la mayoría de los campesinos de que la revolución les falló después de tantos años de violencia.
El fracaso de la reforma agraria también se manifiesta en ‘La cuesta de las comadres’, esta vez por el bandidaje y la laxa aplicación de las leyes en el inmenso territorio nacional, labor dificultada por el centralismo gubernamental (again, esto sigue sonando insufriblemente actual). En ese relato se inaugura otro motivo constante en gran parte de los cuentos restantes, la violencia ejercida sin remordimientos, casi como un reflejo.
La palabra también pertenece a un campesino, que parece no comprender del todo ni la maldad de sus ‘amigos’ los Torricos, ni el peso de su propio crimen. Esta actitud, calificada de indiferente’, ‘fatalista’, ‘inmoral’ o ‘amoral’ por varios críticos, se repite en ‘El hombre’, ‘En la madrugada’, ‘Diles que no me maten’ y ‘Anacleto Morones’.
Aún así, en cada uno de los casos, el asesino tiene algún ‘motivo’ para su crimen.
El viejo de ‘La cuesta de las comadres’ actúa en defensa propia y también se libra de un bandido; En ‘el hombre’ el perseguidor busca vengar la muerte de su hermano y de la familia de éste; Esteban mata a su patrón por el resentimiento de vivir explotado y hambriento, además de cumplir con su ‘obligación cristiana’ de matar a un incestuoso; Motivo análogo a Lucas Lucatero y el asesinato de Anacleto Morones; Juvencio de ‘Diles que no me maten’ mató a Terreros para salvar a sus animales pero también porque éste rompió el ‘sagrado vínculo’ del compadrazgo; Mientras el hijo de Matilde Arcángel mata a su padre en pago a los años de maltratos en los que lo mantuvo.
Tampoco se puede ignorar la crueldad/frialdad con la que se ejecutan los crímenes y los relatan sus mismos perpetradores, me viene a la mente el discurso de Rugiero en el que resalta que la gente del campo era “muy buena para sembrar maíz y batirse con una suerte de indiferencia”.
La vida en México
También está constante una naturaleza hostil, como el llano grande que parece una sucursal del infierno, o las fuertes lluvias (en contraste) que causan la muerte de “la serpentina”. También en ese relato (‘Es que somos muy pobres’) Rulfo inaugura su perspectiva crítica de la religión. La madre de Tacha está sumamente preocupada por la condena eterna del pecado de sus dos hijas mayores y que se asume será igual para Tacha, su padre por otro lado sabe que sus tribulaciones se deben a la pobreza y no a algún castigo divino, desmintiendo la opinión generalizada de que los campesinos son ignorantes.
La familia de Tacha no puede contar con las dos instituciones más poderosas del país: la iglesia y el gobierno, de hecho, siempre que se insinúa la presencia de cualquiera de estas autoridades es con matices negativos, idea que se manifiesta especialmente en ‘Talpa’ y ‘Anacleto Morones’.
Y ese sentimiento de desamparo abre el espacio a la idea de orfandad, muy extendida en la postguerra civil, y en los relatos de ‘El llano en llamas’ (casi todos).
Sobre todo su resolución proporcionada por la venganza, Rulfo atribuye una importancia capital a la figura paterna con las palabras del militar de ‘Diles que no me maten’: «Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta», idea que se repite en ‘La herencia de Matilde Arcángel”, y ya sabemos cómo terminan ambos relatos.
El resto de cuentos subrayan uno u otro de los aspectos ya mencionados con distintos matices, pero en términos generales podríamos decir que el hilo conductor de todos es, en palabras de Jorge Rufinelli, ‘la ausencia del padre’, en la que ‘padre’ engloba también a las instituciones (de nuevo, sobre todo las religiosas y al estado).
Para comprender a plenitud las ideas expuestas por Juan Rulfo por medio de estas familias disgregadas, asesinatos, violaciones, parricidios y relaciones incestuosas, como resultado de las revueltas sociales de principios del siglo XX, hace falta cierta familiaridad con la literatura e historia mexicana, porque no es que la gente matara así porque sí, el contexto de los personajes es distinto al de nuestros días.
Para los que no están tan fuertes en historia y literatura nacional y por lo tanto puede que escapen a su comprensión estas sutiles características, la altísima calidad de los relatos basta para transmitir los ‘efectos’ de los que hablaba Poe, muy a la Quiroga también, con injusticia, pasión, vida y muerte. El ‘factor humano’ que cualquier persona en cualquier parte del mundo puede comprender.
Conclusión
En resumen ‘El llano en llamas’ es un volumen de relatos que expresan muy bien la realidad nacional de los años posteriores a la revolución, y aunque esos aspectos no les interesen a ciertos lectores, la técnica y presentación de cada cuento bastan para retener la atención, de forma muy parecida a lo que pasaría en ‘El boom’, es decir, abordando la existencia humana en sus aspectos más básicos y por lo tanto, comunes a cualquier persona sin importar en dónde viva, temporal y espacialmente.
Como ‘bonus track’ (literal), acá está un audio del mismo Juan Rulfo leyendo ‘diles que no me maten’ (OMG), top tier!.

Fuentes
- Mora, G. (1991). El ciclo cuentistico: “El llano en llamas” caso representativo. Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, 17(34), 121–134. https://doi.org/10.2307/4530564
- Echevarria, G. R. (2012). Modern Latin American Literature: A Very Short Introduction. Oxford University Press.














